
jueves, 30 de abril de 2009

LA GARITA DE LA VIEJA, O GARITA DE LA MUERTE
Caso verídico:
El suboficial de guardia, escuchaba al fondo junto a los calabozos, una vez hecho el relevo de la misma, a los cabos, sorteando como de costumbre, los números entre los artilleros. Era una verdadera lotería, pues de ello suponía, que uno tuviese una buena guardia o una mala. La mayoría de los hombres, preferían determinadas garitas a otras, y por supuesto, no era lo mismo entrar de centinela a las once de la noche, que a las tres de la madrugada.
Se comentaba, que los cabos solían favorecer a los antiguos o veteranos, dejando los peores números para aquellos recién llegado, oseasé los guripas. Era tradición, y a pesar de que en muchas ocasiones el sorteo se hacía en presencia del suboficial, casi siempre salían favorecidos los abuelos. Era como el timo del trilero, pero en lugar de bolitas, eran pepeletas, y en vez de cubiletes se utilizaba la gorra del cabo. Todos iban metiendo la mano en ella, y sacando un papel, y como por arte de magia, los mejores números, eran para los que más mili acarreaban a sus espaldas.
Aquel día, la guardia estaba formada por un nutrido grupo de veteranos, y una minoría de novatos que hacían su primer servicio de armas.
Desde su despacho, el sargento de guardia, no paraba de mirar como un bisoño artillero de la guardia, no dejaba de pasearse nervioso, por las inmediaciones del lugar. Iba y venía intranquilo.
A la pregunta del porqué de su comportamiento, respondió que tenía el número 13. ¡Y qué! le contestó el suboficial, aunque ya suponía el motivo. El novato contó, que los antiguos habían estado relatando historias de espíritus, y fantasmas, asegurando que en la garita cinco, a eso de las cuatro de la madrugada, aparecía siempre una anciana que ofrecía café al soldado que allí se encuentra. Y que según su número, a él sería, al que le tocaría tan misteriosa visita.
Vamos muchacho, no hagas caso, de esos comentarios, que solo tratan de asustaros. Son viejos curtidos, que intentan asustar a los nuevos, con historias paranormales.
Es que yo soy muy supersticioso, mi sargento, y creo en esas cosas. Además el cabo me ha dicho que es verdad. Lógicamente, el cabo era del mismo llamamiento y reemplazo, además de amigo de aquellos aficionados, a contar tan macabras historias.
¡Cabo de guardia! gritó el sargento. Cuando se presentó este, le ordenó que los fogueados artilleros, dejaran de contar más “historias para no dormir” a los nuevos, y observando el estado de ansiedad del soldado, preguntó si alguien quería cambiarle el número, escuchando solo negativas como respuesta.
El sargento por un momento pensó en la historia, en aquella leyenda urbana o cuartelera, que iba pasando de reemplazo en reemplazo, y que nadie acertaba a decir, si algún día fue verdad.
Le llamaban la historia de la “Garita de la Vieja”, también llamada “Garita de la muerte”. Se comentaba que cuando un centinela hacía guardia en esa garita, tenía bastantes probabilidades de ser visitado por una anciana, que maternalmente le ofrecía café. Al parecer antaño, un artillero que vivía cerca del acuartelamiento, era visitado allí por su madre, las noches que estaba de guardia. Una noche, cuando fue a llevarle su café, se encontró al soldado muerto. Este se había suicidado de un tiro. Desde entonces, cada noche a la misma hora, que murió su hijo, acude a la garita a llevar café al centinela.
El sargento se encontraba en una disyuntiva importante, por un lado iba a mandar a un principiante a la famosa “garita de la muerte”, con la tensión y el acojonamiento, que este llevaba, pero si ordenaba cambiarle el número, no permitiría que este superara su miedo, permitiendo que sus compañeros se rieran de él. Al día siguiente sería la comidilla del cuartel, y quedaría como un cobarde a los ojos de todos.
Llegó el relevo de las tres de la mañana, solo se oía el ruido metálico de los subfusiles, y la voz del cabo formando a los entrantes de puesto, para dar novedades al sargento. Este se levantó de su asiento, y acercándose al grupo, comprobó como allí se encontraba el inexperto soldado, algo demacrado.
El cabo marchó realizando el recorrido habitual, en cada garita recogía al artillero saliente y dejaba al centinela entrante, después de recibir este, la consigna del puesto.
Cuando llegaron a la garita 5, se procedió al relevo, y el “agüelo” saliente, después de una sonrisita, le dijo al nuevo: Prepárate macho, que solo falta una hora. ¡Te vas a cagar, reclutón!
¿Sería verdad lo que los veteranos le habían contado, o era solo un cuento para asustarlo?
¿Porqué nadie quería esa garita? ¡La de la muerte! Pensó.
El cabo mandó guardar silencio, y continuó con el recorrido, dejando al novato centinela, solo en la oscuridad de la noche.
Este suspiraba hondo, la respiración entrecortada, las pulsaciones aceleradas, solo veía sombras por todos lados.
A las cuatro menos cinco, estuvo a punto de pulsar el botón del interfono, que comunicaba con el sargento, pidiendo ayuda, pero se contuvo. Cuando las campanadas de un reloj lejano, anunciaron que había llegado la hora, escuchó un ruido, a lo lejos vio una silueta extraña que se iba acercando.
Era ella, sin duda, una sombra deforme se movía a cierta distancia, mientras se escuchaba una voz de anciana que parecía decir: Traigo café calentito.
Después de frotarse los ojos, la estuvo observando durante varios minutos, sin duda era “la vieja”. Era cierto lo que contaban los veteranos. Luego, como por arte de magia, esta desapareció en una especie de nebulosa.
Ya no la volvió a ver más, hasta que una hora más tarde, a lo lejos escuchó los pasos del cabo con el relevo, como se aceraban a la garita.
Sin novedad en el puesto mi cabo, gritó tartamudeando el centinela .
El cabo, miró al novato artillero, y casi no le reconoció por la palidez de su rostro.
¿A que huele aquí soldado? No se cabo, seguramente a café de la abuela que me ha visitado. Los demás rieron ante la contestación del centinela.
El cabo agudizó su olfato y comprobó que el olor no era ni mucho menos a café, pero no le dio mayor importancia. Recogió al centinela, dejando allí al entrante, y notaba como camino de vuelta al Cuerpo de Guardia, el dichoso olor le acompañaba.
Cuando regresaron el sargento salió al encuentro, viendo como se acercaba el cabo tapándose la nariz. ¿Qué tal chaval, has visto a la vieja?, aún tenía el miedo metido en el cuerpo, y sin decir palabra, solo asintió con la cabeza.
Mientras el suboficial intentaba tranquilizar al novato, se oye una voz por el interfono:
Sargento de Guardia, aquí centinela de la garita nº 5.
El sargento contestó, dime ¿qué ocurre?
¿Podría usted enviar a alguien, para que limpie el pedazo de mierda que hay en la garita?, ¡aquí no hay quien pueda vigilar, con este olor nauseabundo!.
El sargento miró al muchacho que acababa de regresar de la garita, que al oír al compañero agachó la cabeza, avergonzado.
Por favor mi sargento, no se lo vaya usted a decir a nadie.
No, yo te prometo que no lo haré, pero el que ha llamado solicitando que limpien la boñiga que has dejado allí, no te quepa la menor duda de que lo hará. Anda coge los útiles de limpieza, y sin que nadie te vea, ve a limpiar la garita. ¡Y la quiero reluciente!. Cabo acompáñalo, no vaya a ser que vuelva la vieja.
Cuando ambos desaparecieron con el cubo y la fregona en la oscuridad, el sargento pensó en el poder de la mente, y en la inocencia de los nuevos incorporados! ¡Cómo cambian con el tiempo! ¡Y pensar que llegará un día no muy lejano, que el novato cagón este, se hará veterano, y le contará la misma historia a otros, para acojonarlos! ¡Así es la mili!
Aparte de servir para cachondeo de los compañeros, aquella cagada nocturna, también ayudó a que la leyenda cuartelera de “la Garita de la Vieja” fuera aún más creíble, por aquellos nuevos que se iban incorporando a filas.
Caso verídico:
El suboficial de guardia, escuchaba al fondo junto a los calabozos, una vez hecho el relevo de la misma, a los cabos, sorteando como de costumbre, los números entre los artilleros. Era una verdadera lotería, pues de ello suponía, que uno tuviese una buena guardia o una mala. La mayoría de los hombres, preferían determinadas garitas a otras, y por supuesto, no era lo mismo entrar de centinela a las once de la noche, que a las tres de la madrugada.
Se comentaba, que los cabos solían favorecer a los antiguos o veteranos, dejando los peores números para aquellos recién llegado, oseasé los guripas. Era tradición, y a pesar de que en muchas ocasiones el sorteo se hacía en presencia del suboficial, casi siempre salían favorecidos los abuelos. Era como el timo del trilero, pero en lugar de bolitas, eran pepeletas, y en vez de cubiletes se utilizaba la gorra del cabo. Todos iban metiendo la mano en ella, y sacando un papel, y como por arte de magia, los mejores números, eran para los que más mili acarreaban a sus espaldas.
Aquel día, la guardia estaba formada por un nutrido grupo de veteranos, y una minoría de novatos que hacían su primer servicio de armas.
Desde su despacho, el sargento de guardia, no paraba de mirar como un bisoño artillero de la guardia, no dejaba de pasearse nervioso, por las inmediaciones del lugar. Iba y venía intranquilo.
A la pregunta del porqué de su comportamiento, respondió que tenía el número 13. ¡Y qué! le contestó el suboficial, aunque ya suponía el motivo. El novato contó, que los antiguos habían estado relatando historias de espíritus, y fantasmas, asegurando que en la garita cinco, a eso de las cuatro de la madrugada, aparecía siempre una anciana que ofrecía café al soldado que allí se encuentra. Y que según su número, a él sería, al que le tocaría tan misteriosa visita.
Vamos muchacho, no hagas caso, de esos comentarios, que solo tratan de asustaros. Son viejos curtidos, que intentan asustar a los nuevos, con historias paranormales.
Es que yo soy muy supersticioso, mi sargento, y creo en esas cosas. Además el cabo me ha dicho que es verdad. Lógicamente, el cabo era del mismo llamamiento y reemplazo, además de amigo de aquellos aficionados, a contar tan macabras historias.
¡Cabo de guardia! gritó el sargento. Cuando se presentó este, le ordenó que los fogueados artilleros, dejaran de contar más “historias para no dormir” a los nuevos, y observando el estado de ansiedad del soldado, preguntó si alguien quería cambiarle el número, escuchando solo negativas como respuesta.
El sargento por un momento pensó en la historia, en aquella leyenda urbana o cuartelera, que iba pasando de reemplazo en reemplazo, y que nadie acertaba a decir, si algún día fue verdad.
Le llamaban la historia de la “Garita de la Vieja”, también llamada “Garita de la muerte”. Se comentaba que cuando un centinela hacía guardia en esa garita, tenía bastantes probabilidades de ser visitado por una anciana, que maternalmente le ofrecía café. Al parecer antaño, un artillero que vivía cerca del acuartelamiento, era visitado allí por su madre, las noches que estaba de guardia. Una noche, cuando fue a llevarle su café, se encontró al soldado muerto. Este se había suicidado de un tiro. Desde entonces, cada noche a la misma hora, que murió su hijo, acude a la garita a llevar café al centinela.
El sargento se encontraba en una disyuntiva importante, por un lado iba a mandar a un principiante a la famosa “garita de la muerte”, con la tensión y el acojonamiento, que este llevaba, pero si ordenaba cambiarle el número, no permitiría que este superara su miedo, permitiendo que sus compañeros se rieran de él. Al día siguiente sería la comidilla del cuartel, y quedaría como un cobarde a los ojos de todos.
Llegó el relevo de las tres de la mañana, solo se oía el ruido metálico de los subfusiles, y la voz del cabo formando a los entrantes de puesto, para dar novedades al sargento. Este se levantó de su asiento, y acercándose al grupo, comprobó como allí se encontraba el inexperto soldado, algo demacrado.
El cabo marchó realizando el recorrido habitual, en cada garita recogía al artillero saliente y dejaba al centinela entrante, después de recibir este, la consigna del puesto.
Cuando llegaron a la garita 5, se procedió al relevo, y el “agüelo” saliente, después de una sonrisita, le dijo al nuevo: Prepárate macho, que solo falta una hora. ¡Te vas a cagar, reclutón!
¿Sería verdad lo que los veteranos le habían contado, o era solo un cuento para asustarlo?
¿Porqué nadie quería esa garita? ¡La de la muerte! Pensó.
El cabo mandó guardar silencio, y continuó con el recorrido, dejando al novato centinela, solo en la oscuridad de la noche.
Este suspiraba hondo, la respiración entrecortada, las pulsaciones aceleradas, solo veía sombras por todos lados.
A las cuatro menos cinco, estuvo a punto de pulsar el botón del interfono, que comunicaba con el sargento, pidiendo ayuda, pero se contuvo. Cuando las campanadas de un reloj lejano, anunciaron que había llegado la hora, escuchó un ruido, a lo lejos vio una silueta extraña que se iba acercando.
Era ella, sin duda, una sombra deforme se movía a cierta distancia, mientras se escuchaba una voz de anciana que parecía decir: Traigo café calentito.
Después de frotarse los ojos, la estuvo observando durante varios minutos, sin duda era “la vieja”. Era cierto lo que contaban los veteranos. Luego, como por arte de magia, esta desapareció en una especie de nebulosa.
Ya no la volvió a ver más, hasta que una hora más tarde, a lo lejos escuchó los pasos del cabo con el relevo, como se aceraban a la garita.
Sin novedad en el puesto mi cabo, gritó tartamudeando el centinela .
El cabo, miró al novato artillero, y casi no le reconoció por la palidez de su rostro.
¿A que huele aquí soldado? No se cabo, seguramente a café de la abuela que me ha visitado. Los demás rieron ante la contestación del centinela.
El cabo agudizó su olfato y comprobó que el olor no era ni mucho menos a café, pero no le dio mayor importancia. Recogió al centinela, dejando allí al entrante, y notaba como camino de vuelta al Cuerpo de Guardia, el dichoso olor le acompañaba.
Cuando regresaron el sargento salió al encuentro, viendo como se acercaba el cabo tapándose la nariz. ¿Qué tal chaval, has visto a la vieja?, aún tenía el miedo metido en el cuerpo, y sin decir palabra, solo asintió con la cabeza.
Mientras el suboficial intentaba tranquilizar al novato, se oye una voz por el interfono:
Sargento de Guardia, aquí centinela de la garita nº 5.
El sargento contestó, dime ¿qué ocurre?
¿Podría usted enviar a alguien, para que limpie el pedazo de mierda que hay en la garita?, ¡aquí no hay quien pueda vigilar, con este olor nauseabundo!.
El sargento miró al muchacho que acababa de regresar de la garita, que al oír al compañero agachó la cabeza, avergonzado.
Por favor mi sargento, no se lo vaya usted a decir a nadie.
No, yo te prometo que no lo haré, pero el que ha llamado solicitando que limpien la boñiga que has dejado allí, no te quepa la menor duda de que lo hará. Anda coge los útiles de limpieza, y sin que nadie te vea, ve a limpiar la garita. ¡Y la quiero reluciente!. Cabo acompáñalo, no vaya a ser que vuelva la vieja.
Cuando ambos desaparecieron con el cubo y la fregona en la oscuridad, el sargento pensó en el poder de la mente, y en la inocencia de los nuevos incorporados! ¡Cómo cambian con el tiempo! ¡Y pensar que llegará un día no muy lejano, que el novato cagón este, se hará veterano, y le contará la misma historia a otros, para acojonarlos! ¡Así es la mili!
Aparte de servir para cachondeo de los compañeros, aquella cagada nocturna, también ayudó a que la leyenda cuartelera de “la Garita de la Vieja” fuera aún más creíble, por aquellos nuevos que se iban incorporando a filas.
jueves, 23 de abril de 2009
martes, 21 de abril de 2009
Nuestro compañero Juan Luis Siquier Fernández, nos envía estas fotos
Cabo 1º en la 6ª Batería del 74º de Artillería Antiaérea, cuando aún estaba en Jerez de la Frontera. (8º llamamiento del 78). Gracias Juan Luis
Junio de 1981
Cabos 1º, Cabos y Artilleros de la 6ª Bía en una celebración, el local es "La Freiduría" del Regimiento, junto a las cocinas.
Cabos 1º, Cabos y Artilleros de la 6ª Bía en una celebración, el local es "La Freiduría" del Regimiento, junto a las cocinas.

La 6ª y 7ª Bias durante un ejercicio de tiro en Camposoto. Mi pieza en el precisoinstante en el que hacia fuego sobre "La manga".
Enero de 1.981
El Cabo 1º Siquier (de rodillas y con 3/4) con un Cabo 1º especialista y otro Cabo 1º,
todos de la 6º Bia (Dios me perdone, he olvidado sus nombres) desplegada en el
asentamiento de Vejer de la Frontera.
Junio de 1.980
El Cabo Siquier (en cuclillas a la izquierda), el Cabo Colon y dos artilleros de la 6ª Bia. del II Grupo
de cañones ligeros 35/90 del 74º de Artillería Antiaérea, acabando de montar una tienda con
cuatro ponchos en el campo de tiro de Camposoto.

El recluta Siquier (el de la izquierda) junto a otro compañero, estrenando uniforme en el campo de instrucción del C.I.R. nº 4 en Ovejo (Cordoba). Típica foto de "aguerrido" soldado español con fusil y bocata. La curiosidad es la gorra cuartelera de fuelle, todavía no teníamos la gorra de visera.
lunes, 20 de abril de 2009
LA ANÉCDOTA DE LA BICICLETA

Llegó la noticia de la visita del Capitán General, apenas faltaba dos días para ella, y había que empezar a dejarlo todo impecable. Como siempre, el coronel que suplía su baja estatura con su carácter serio y enérgico, dio la orden a los jefes de Grupo, y estos a sus capitanes de Batería.
¡Vamos, “zafarrancho de limpieza”!, había que distribuir al personal por sectores. El sargento tal con su pelotón a la zona de talleres, el sargento cual a los alrededores de cocina y comedor, otro con su equipo al gimnasio, capilla, y hangares, todo debe de estar listo, y preparado.
Algunos mandos miraban el reloj de reojo, viendo como pasaban las horas, y el trabajo no acababa, fieles a la consigna de su capitán: “En mi Batería, no hay frontera entre el día y la noche”.
Pero la realidad, es que cada uno tenía su vida, su familia, y esta esperaba muchas noches con impaciencia, la llegada del padre y marido, que no disponía en ocasiones ni de tiempo de avisar del motivo de su tardanza.
Aquel día no atacaba el enemigo, ni había que preparar a toda prisa unas maniobras inminentes, ni siquiera tocaba la jornada semanal de instrucción nocturna, cosa muy habitual por la época. La razón de las interminables horas dedicadas a la Patria, era la limpieza.
Cuando todo estuvo a punto, el coronel recibió las novedades correspondientes, y se dispuso a pasar revista, acompañado de sus más fieles subordinados, para comprobar que todo se encontraba en perfectas condiciones de estado y limpieza, para ser visitado por el General.
Recorrió cada recoveco del cuartel, observó cada rincón con lupa, intentando encontrar un pequeño fallo, una pequeña colilla, un olvidado papel, un arrugado paquete de tabaco, cualquier motivo, para ordenar de inmediato que se reiniciara la limpieza. Mientras tanto, los mandos intermedios, esperaban en su lugar de responsabilidad, el visto bueno del Jefe de la Unidad, suspirando con alivio cuando este pasaba con su aprobación, para poder retirarse junto con su pelotón, eso sí, con la satisfacción del deber cumplido.
Pero casi al final de la mencionada “revista de policía”, y al pasar junto a la Sala de Suboficiales, el coronel extrañado, comprobó como una misteriosa bicicleta, se encontraba apoyada en sus muros. ¿Qué diablos hacía allí aquel artefacto, sin que nadie hubiese caído en la cuenta de su presencia? ¡No era una colilla, no era un papel, nada menos que una enorme bicicleta, adornaba el lugar. Cosa ilógica, ya que no estaba autorizada a estar ahí.
Nadie en su afán de limpieza, se había percatado, a pesar de sus grandes dimensiones.
El coronel lleno de ira, se dirigió a sus comandantes, preguntando a quien pertenecía la dichosa bici. Estos llamaron a sus capitanes, que acudieron de inmediato. Al más moderno de ellos, le tocó entrar al bar de suboficiales, ordenando que el dueño de la bicicleta, saliera a dar una explicación al coronel.
En aquel momento, un sargento se echó las manos a la cabeza en señal de olvido. Salió algo acojonado ante la que se le avecinaba, sabedor del conocido genio del coronel, pero muy seguro, pues para ello le avalaba unos buenos años de servicio.
El suboficial, hombre de fácil palabra, disciplinado y respetuoso, pero muy estricto a la hora de exigir para él, el mismo trato, que él otorgaba a los demás. Destacaba por su corpulencia y altura.
Antes de llegar al coronel, este le espetó: ¿es tuya esta bicicleta?
¿Se puede saber, que coño hace este trasto aquí, cuando estoy pasando revista de limpieza?
Se me ha olvidado retirarla mi coronel, pero si es por limpieza, no se preocupe, pues como usted puede apreciar, desde el manillar hasta la rueda trasera está reluciente.
El coronel, viendo lo “simpatía” que desbordaba el sargento, intentó seguirle el juego y continuó en tono bromista:
Sabrá usted que nada de lo que hay en este Acuartelamiento, es de uso personal, todo es colectivo, por lo que su bicicleta podría ser usada por cualquiera de nosotros, si así lo deseamos. Por lo que no creo que le importara, que me diese una vueltecita con ella por el cuartel, y de ese modo, acabaría de pasar revista más rápidamente.
En aquel momento, al sargento le entró una risa incontrolada, que no pudo reprimir, ante la extrañeza del coronel, que no daba crédito a su actitud.
Su risa es una falta de respeto, ¿se puede saber que le hace tanta gracia?
Disculpe usía, simplemente que por un momento, me lo he imaginado subido en mi bicicleta, sin poder llegar a los pedales.
En ese momento todos los asistentes, miraron la enorme bicicleta y la diferencia de altura entre sargento y coronel, se miraban entre sonrisas, que intentaban disimular, mientras el jefe de la unidad no supo contestar.
Solo acertó a decir en tono amenazante pasados unos segundos: - Mañana a primera hora, se presenta en mi despacho, verá como el que no llega a los pedales durante un tiempo es usted.
A la orden, contestó el sargento, al tiempo que montaba en su bicicleta camino de la puerta principal.
¡Y bájese de ese maldito trato, hasta que no salga del Acuartelamiento!
Solo fue una forma de acabar la conversación, pronunciando él, la última palabra, para que quedara claro quién mandaba. Pero la anécdota ya se había producido, y sería el comentario general en los próximos días.
¡Vamos, “zafarrancho de limpieza”!, había que distribuir al personal por sectores. El sargento tal con su pelotón a la zona de talleres, el sargento cual a los alrededores de cocina y comedor, otro con su equipo al gimnasio, capilla, y hangares, todo debe de estar listo, y preparado.
Algunos mandos miraban el reloj de reojo, viendo como pasaban las horas, y el trabajo no acababa, fieles a la consigna de su capitán: “En mi Batería, no hay frontera entre el día y la noche”.
Pero la realidad, es que cada uno tenía su vida, su familia, y esta esperaba muchas noches con impaciencia, la llegada del padre y marido, que no disponía en ocasiones ni de tiempo de avisar del motivo de su tardanza.
Aquel día no atacaba el enemigo, ni había que preparar a toda prisa unas maniobras inminentes, ni siquiera tocaba la jornada semanal de instrucción nocturna, cosa muy habitual por la época. La razón de las interminables horas dedicadas a la Patria, era la limpieza.
Cuando todo estuvo a punto, el coronel recibió las novedades correspondientes, y se dispuso a pasar revista, acompañado de sus más fieles subordinados, para comprobar que todo se encontraba en perfectas condiciones de estado y limpieza, para ser visitado por el General.
Recorrió cada recoveco del cuartel, observó cada rincón con lupa, intentando encontrar un pequeño fallo, una pequeña colilla, un olvidado papel, un arrugado paquete de tabaco, cualquier motivo, para ordenar de inmediato que se reiniciara la limpieza. Mientras tanto, los mandos intermedios, esperaban en su lugar de responsabilidad, el visto bueno del Jefe de la Unidad, suspirando con alivio cuando este pasaba con su aprobación, para poder retirarse junto con su pelotón, eso sí, con la satisfacción del deber cumplido.
Pero casi al final de la mencionada “revista de policía”, y al pasar junto a la Sala de Suboficiales, el coronel extrañado, comprobó como una misteriosa bicicleta, se encontraba apoyada en sus muros. ¿Qué diablos hacía allí aquel artefacto, sin que nadie hubiese caído en la cuenta de su presencia? ¡No era una colilla, no era un papel, nada menos que una enorme bicicleta, adornaba el lugar. Cosa ilógica, ya que no estaba autorizada a estar ahí.
Nadie en su afán de limpieza, se había percatado, a pesar de sus grandes dimensiones.
El coronel lleno de ira, se dirigió a sus comandantes, preguntando a quien pertenecía la dichosa bici. Estos llamaron a sus capitanes, que acudieron de inmediato. Al más moderno de ellos, le tocó entrar al bar de suboficiales, ordenando que el dueño de la bicicleta, saliera a dar una explicación al coronel.
En aquel momento, un sargento se echó las manos a la cabeza en señal de olvido. Salió algo acojonado ante la que se le avecinaba, sabedor del conocido genio del coronel, pero muy seguro, pues para ello le avalaba unos buenos años de servicio.
El suboficial, hombre de fácil palabra, disciplinado y respetuoso, pero muy estricto a la hora de exigir para él, el mismo trato, que él otorgaba a los demás. Destacaba por su corpulencia y altura.
Antes de llegar al coronel, este le espetó: ¿es tuya esta bicicleta?
¿Se puede saber, que coño hace este trasto aquí, cuando estoy pasando revista de limpieza?
Se me ha olvidado retirarla mi coronel, pero si es por limpieza, no se preocupe, pues como usted puede apreciar, desde el manillar hasta la rueda trasera está reluciente.
El coronel, viendo lo “simpatía” que desbordaba el sargento, intentó seguirle el juego y continuó en tono bromista:
Sabrá usted que nada de lo que hay en este Acuartelamiento, es de uso personal, todo es colectivo, por lo que su bicicleta podría ser usada por cualquiera de nosotros, si así lo deseamos. Por lo que no creo que le importara, que me diese una vueltecita con ella por el cuartel, y de ese modo, acabaría de pasar revista más rápidamente.
En aquel momento, al sargento le entró una risa incontrolada, que no pudo reprimir, ante la extrañeza del coronel, que no daba crédito a su actitud.
Su risa es una falta de respeto, ¿se puede saber que le hace tanta gracia?
Disculpe usía, simplemente que por un momento, me lo he imaginado subido en mi bicicleta, sin poder llegar a los pedales.
En ese momento todos los asistentes, miraron la enorme bicicleta y la diferencia de altura entre sargento y coronel, se miraban entre sonrisas, que intentaban disimular, mientras el jefe de la unidad no supo contestar.
Solo acertó a decir en tono amenazante pasados unos segundos: - Mañana a primera hora, se presenta en mi despacho, verá como el que no llega a los pedales durante un tiempo es usted.
A la orden, contestó el sargento, al tiempo que montaba en su bicicleta camino de la puerta principal.
¡Y bájese de ese maldito trato, hasta que no salga del Acuartelamiento!
Solo fue una forma de acabar la conversación, pronunciando él, la última palabra, para que quedara claro quién mandaba. Pero la anécdota ya se había producido, y sería el comentario general en los próximos días.
jueves, 16 de abril de 2009
TAL COMO ME LO CONTARON, LO CUENTO
Se cuenta que aquel sargento, había pedido como primer destino voluntario después de acabados sus tres años de Academia Militar, el “temido” Regimiento de Artillería de Campaña nº 14 (La Legión Chica) de Sevilla, a pesar de que muchos de sus compañeros, le aconsejaron lo contrario, y optaron por el RACA 15, mucho más tranquilo, allá en la Tacita de Plata.
¡Quien ha dicho miedo! Desbordante de ilusión, marchó hasta allí, sabedor de que con su preparación, estaría a salvo de cualquier contratiempo, y dispuesto a afrontar los innumerables servicios, y maniobras que le aguardaban.
El primer día, con su nuevo uniforme de presentación, y sus brillantes galones, se presentó a los jefes de la unidad. Todo correcto, hasta que llegó a su capitán, solo recibió de éste, unas secas palabras de recibimiento, para seguidamente advertirle, que disponía de diez minutos para cambiarse, y colocarse el traje de faena, pues el enemigo no entendía de presentaciones.
¿Enemigo? Se preguntó extrañado.
Su destino sería, la Sección de Transmisiones de una Batería de cañones autopropulsados. Cuando ya cambiado con la ropa de trabajo, se dirigía al local donde se guardaba todo el material de radios, cableado, etc., tuvo por obligación que cruzar el Patio de Armas.
El sargento, marchaba con paso firme por el recinto, con aquel uniforme color garbanzo de la época, y con su gorra cuartelera, comúnmente denominada de barco, y vulgarmente llamada de “chocho”.
Como había aprendido en la Academia, debía caminar con la cabeza bien alta, y para ello le enseñaron un truco infalible, que solían utilizar muchos veteranos. Simplemente, si la proa del barco o la parte delantera de la gorra, la dejamos apoyar sobre la nariz, nos da un aspecto más elegante y marcial, pues nos vemos obligados, a levantar la vista para poder ver, con lo cual la cabeza siempre irá erguida.
A lo lejos vio acercarse a un grupo de oficiales, un comandante lo encabezaba, seguido por su séquito de capitanes, un paso por detrás de él. El superior caminaba pausadamente comentando algo, mientras olía una hermosa flor que portaba en su mano. Al mismo tiempo, los que lo acompañaban reían y asentían con la cabeza, a todo aquello que el superior decía.
Al llegar a su altura, al sargento se giró, y llevándose la mano derecha a la gorra, realizó el saludo más militar y enérgico de su vida, quería entrar con buen pié en esa Unidad, y sabía que el saludo era muestra de disciplina, además de cortesía y educación, aunque fuese obligatorio.
No recibió contestación a su saludo, ni por parte del comandante, ni por ninguno de sus acompañantes, solo cuando se alejaba del lugar, acertó a escuchar una voz, que decía:
- ¡Mi primero!, ¡mi primero!
No se volvió, porque sabía perfectamente que no se dirigían a él, pues sus galones de sargento, tanto en las hombreras como en la gorra, así lo confirmaban.
Volvió a escuchar con insistencia: - ¡Mi primero!, ¡mi primero!.
Esta vez supo que se trataba de él, pues comprobó como en aquel momento, era el único, que se encontraba cerca del grupo, pero aunque le tenía un respeto enorme al empleo de Cabo 1º, no en vano, había portado durante mucho tiempo la querida “tirilla amarilla”, antes de su ingreso en la Academia de Suboficiales, no estaba dispuesto a que lo degradaran por capricho, error o ignorancia, y optó por continuar su camino.
Se escuchó la voz de un capitán: – Mi comandante, es sargento.
A lo que éste contestó airado: ¡Y qué más da, un grado más que menos!, Mi sargento, es a ti al que llamo ¡pareces sordo, joder!, volvió a vocear, mientras aquel volvía la cabeza.
El sargento algo dolido por lo que acababa de oír, acudió a la llamada del superior, y llevándose la mano a la gorra con mayor energía aún que la vez anterior, permaneció en el primer tiempo del saludo, exclamando:
A sus órdenes mi capitán, se presenta el sargento Juan Martínez Ortega que ha sido llamado por usted.
El comandante con gesto fruncido, le dijo: Mira chaval, dos cosas te voy a decir: primero no soy capitán, o es que no ves la estrella de ocho punta, y segundo, colócate bien la gorra, pues no es esa su posición, así la llevan los legionarios, y que yo sepa tu no lo eres.
El sargento conteniendo la rabia, y con la fuerza y seguridad que le aportaba su juventud, además de la ilusión por un empleo de sargento, alcanzado con mucho sacrificio, contestó al superior educadamente, y sin perder la compostura:
Mi comandante, creí haberle escuchado decir al dirigirse a mí, que no le daba importancia a un grado más que menos, por lo que pensé que no se molestaría si le llamaba capitán.
Acto seguido, el sargento tomó su gorro de la cabeza, y lo colocó debajo del brazo, pues era como el superior portaba su gorra de plato, habiendo permanecido descubierto durante toda la conversación, así como solía hacerlo, cuando daba sus paseos por el Acuartelamiento.
Dando un taconazo en señal de saludo, reinició su caminar hacia su destino en Transmisiones, descubierto siguiendo el ejemplo de su superior.
Ningunos de los presentes acertó a abrir la boca, se quedaron sin palabra, lógicamente no estaban acostumbrados a que un simple y novato sargento recién llegado, les hablara en esos términos.
No pasaron cinco minutos, cuando llegó un artillero a comunicarle que el capitán de la Batería, había ordenado que se presentara a él. Por lo visto, una vez repuesto de la sorpresa, el comandante, se apresuró a comunicar al capitán jefe del sargento lo sucedido, solicitando un correctivo para el indisciplinado suboficial.
Aquella mañana, después de una tensa conversación, que en realidad fue solo un monólogo o raspapolvos, el sargento comprobó con desolación, como tras largos años de estudios y preparación, una cosa era la teoría académica, y otra bien distinta la realidad cuartelera. Abandonó el despacho, meditando lo que el capitán le había repetido durante la charla en varias ocasiones: - Esto funciona así, ¡si lo quieres bien, y sino, compras una póliza de veinticinco pesetas, y solicitas por escrito, la baja en el ejército!
Se miró con tristeza los dorados galones, y pensó,: - ¡Tanto trabajo para ganarlos, y tan solo cuestan, cinco duros perderlos!
Le bastó un solo día, para aprender la lección y poner los pies en el suelo. ¡Estaba claro, que ya no estaba en la Academia! Lo de dar ejemplo a los subordinados, había quedado atrás.
¡Quien ha dicho miedo! Desbordante de ilusión, marchó hasta allí, sabedor de que con su preparación, estaría a salvo de cualquier contratiempo, y dispuesto a afrontar los innumerables servicios, y maniobras que le aguardaban.
El primer día, con su nuevo uniforme de presentación, y sus brillantes galones, se presentó a los jefes de la unidad. Todo correcto, hasta que llegó a su capitán, solo recibió de éste, unas secas palabras de recibimiento, para seguidamente advertirle, que disponía de diez minutos para cambiarse, y colocarse el traje de faena, pues el enemigo no entendía de presentaciones.
¿Enemigo? Se preguntó extrañado.
Su destino sería, la Sección de Transmisiones de una Batería de cañones autopropulsados. Cuando ya cambiado con la ropa de trabajo, se dirigía al local donde se guardaba todo el material de radios, cableado, etc., tuvo por obligación que cruzar el Patio de Armas.
El sargento, marchaba con paso firme por el recinto, con aquel uniforme color garbanzo de la época, y con su gorra cuartelera, comúnmente denominada de barco, y vulgarmente llamada de “chocho”.
Como había aprendido en la Academia, debía caminar con la cabeza bien alta, y para ello le enseñaron un truco infalible, que solían utilizar muchos veteranos. Simplemente, si la proa del barco o la parte delantera de la gorra, la dejamos apoyar sobre la nariz, nos da un aspecto más elegante y marcial, pues nos vemos obligados, a levantar la vista para poder ver, con lo cual la cabeza siempre irá erguida.
A lo lejos vio acercarse a un grupo de oficiales, un comandante lo encabezaba, seguido por su séquito de capitanes, un paso por detrás de él. El superior caminaba pausadamente comentando algo, mientras olía una hermosa flor que portaba en su mano. Al mismo tiempo, los que lo acompañaban reían y asentían con la cabeza, a todo aquello que el superior decía.
Al llegar a su altura, al sargento se giró, y llevándose la mano derecha a la gorra, realizó el saludo más militar y enérgico de su vida, quería entrar con buen pié en esa Unidad, y sabía que el saludo era muestra de disciplina, además de cortesía y educación, aunque fuese obligatorio.
No recibió contestación a su saludo, ni por parte del comandante, ni por ninguno de sus acompañantes, solo cuando se alejaba del lugar, acertó a escuchar una voz, que decía:
- ¡Mi primero!, ¡mi primero!
No se volvió, porque sabía perfectamente que no se dirigían a él, pues sus galones de sargento, tanto en las hombreras como en la gorra, así lo confirmaban.
Volvió a escuchar con insistencia: - ¡Mi primero!, ¡mi primero!.
Esta vez supo que se trataba de él, pues comprobó como en aquel momento, era el único, que se encontraba cerca del grupo, pero aunque le tenía un respeto enorme al empleo de Cabo 1º, no en vano, había portado durante mucho tiempo la querida “tirilla amarilla”, antes de su ingreso en la Academia de Suboficiales, no estaba dispuesto a que lo degradaran por capricho, error o ignorancia, y optó por continuar su camino.
Se escuchó la voz de un capitán: – Mi comandante, es sargento.
A lo que éste contestó airado: ¡Y qué más da, un grado más que menos!, Mi sargento, es a ti al que llamo ¡pareces sordo, joder!, volvió a vocear, mientras aquel volvía la cabeza.
El sargento algo dolido por lo que acababa de oír, acudió a la llamada del superior, y llevándose la mano a la gorra con mayor energía aún que la vez anterior, permaneció en el primer tiempo del saludo, exclamando:
A sus órdenes mi capitán, se presenta el sargento Juan Martínez Ortega que ha sido llamado por usted.
El comandante con gesto fruncido, le dijo: Mira chaval, dos cosas te voy a decir: primero no soy capitán, o es que no ves la estrella de ocho punta, y segundo, colócate bien la gorra, pues no es esa su posición, así la llevan los legionarios, y que yo sepa tu no lo eres.
El sargento conteniendo la rabia, y con la fuerza y seguridad que le aportaba su juventud, además de la ilusión por un empleo de sargento, alcanzado con mucho sacrificio, contestó al superior educadamente, y sin perder la compostura:
Mi comandante, creí haberle escuchado decir al dirigirse a mí, que no le daba importancia a un grado más que menos, por lo que pensé que no se molestaría si le llamaba capitán.
Acto seguido, el sargento tomó su gorro de la cabeza, y lo colocó debajo del brazo, pues era como el superior portaba su gorra de plato, habiendo permanecido descubierto durante toda la conversación, así como solía hacerlo, cuando daba sus paseos por el Acuartelamiento.
Dando un taconazo en señal de saludo, reinició su caminar hacia su destino en Transmisiones, descubierto siguiendo el ejemplo de su superior.
Ningunos de los presentes acertó a abrir la boca, se quedaron sin palabra, lógicamente no estaban acostumbrados a que un simple y novato sargento recién llegado, les hablara en esos términos.
No pasaron cinco minutos, cuando llegó un artillero a comunicarle que el capitán de la Batería, había ordenado que se presentara a él. Por lo visto, una vez repuesto de la sorpresa, el comandante, se apresuró a comunicar al capitán jefe del sargento lo sucedido, solicitando un correctivo para el indisciplinado suboficial.
Aquella mañana, después de una tensa conversación, que en realidad fue solo un monólogo o raspapolvos, el sargento comprobó con desolación, como tras largos años de estudios y preparación, una cosa era la teoría académica, y otra bien distinta la realidad cuartelera. Abandonó el despacho, meditando lo que el capitán le había repetido durante la charla en varias ocasiones: - Esto funciona así, ¡si lo quieres bien, y sino, compras una póliza de veinticinco pesetas, y solicitas por escrito, la baja en el ejército!
Se miró con tristeza los dorados galones, y pensó,: - ¡Tanto trabajo para ganarlos, y tan solo cuestan, cinco duros perderlos!
Le bastó un solo día, para aprender la lección y poner los pies en el suelo. ¡Estaba claro, que ya no estaba en la Academia! Lo de dar ejemplo a los subordinados, había quedado atrás.
Ignacio Pino Bejarano 1987

Nuestro amigo artillero veterano Ignacio Pino Bejarano del 2º de 1987, destinado en la 5ª Batería del RACA 14, nos envía esta entrañable foto, en la que se aprecia como vigila su Land Rover. Gracias Ignacio, me gustaría que nos hablara un poco sobre tus mandos de aquella época, y alguna anécdota de tu paso por la Unidad.
Un abrazo, y espero que sigas colaborando, con la aportación de alguna fotografía más. Gracias.
martes, 14 de abril de 2009
LA LEYENDA DEL BANCO PINTADO
Cuando algo se hace norma, sin conocerse el motivo aparente, o éste no está justificado, o cuando cierta acción, se realiza de forma automatizada, sin detenernos a reflexionar, que lo que hacemos, es por costumbre, careciendo de sentido lógico, pero perdura a través de los tiempos, sin que nadie acierte a justificarlo, solemos emplear, la famosa y típica frase cuartelera, de “esto se va a quedar como el banco pintado”.
Cuenta la leyenda, que en cierto cuartel, un buen día, decidieron pintar un banco del Patio de Armas. El Capitán de Servicio, le ordenó al Oficial de Guardia, que colocase a un Soldado junto al mencionado banco, durante el tiempo que tardara la pintura en secarse, para evitar que alguien se sentara en él, y se manchara.
El Oficial se lo comunicó a su Sargento, que solícito envió a un componente de la guardia, colocándose este, justo al lado del recien pintado banco, prohibiendo su uso.
Se ve que la pintura tardaba en secarse, y a las dos horas, el Soldado fue relevado por otro, y así hasta que amaneció el siguiente día. Cuando llegó la guardia entrante, y se dispusieron a realizar el relevo, el Oficial y Suboficial salientes, olvidaron decirle a los nuevos, que cuando se terminara de secar el mencionado banco, se suprimiera dicho servicio.
Desde ese día, cuando había de realizarse el relevo de las garitas y demás plantones, los jefes de la guardia, distribuían automáticamente a los centinelas, entre los cuales se encontraba uno, que había de permanecer junto al banco, ¿a vigilar que?
Cierto día, un General, anunció una visita a dicho cuartel. El Coronel al mando, se preocupó de que con anterioridad, todo estuviese bien limpio y ordenado, dispuesto para ser inspeccionado por el superior.
Cuando llegó el mencionado General, la guardia formó uniformada perfectamente, y recibió las novedades del Oficial, que llevaba días preparándose para dicho acto.
El Coronel salió a recibirle, y tras el desfile de la unidad, se dispuso a mostrarle el Acuartelamiento, todo orgulloso, por el maravilloso estado en que se encontraba.
Le enseñó la cocina, los dormitorios de los soldados, la cantina, los vehículos y armamento, y el General se mostraba encantado del orden y eficacia de la unidad. Pero justo cuando se disponía a enfilar la puerta para su marcha, se encontró con un Soldado en una esquina del patio. El muchacho que se encontraba con su fusil, al ver acercarse al General, adoptó la posición de firme, y le saludó enérgicamente.
El General le preguntó: Soldado ¿cuál es su misión?, a lo que éste no supo responder, guardando silencio, y mirando nervioso a su Coronel. Entonces el General le hizo la misma pregunta al Coronel que le acompañaba, como manda las Ordenanzas a su izquierda y un paso atrás. Este sonrojado, tampoco supo contestar, a lo que de inmediato, solicitó la presencia del Oficial de la Guardia, para que le sacase de tal apuro, y contestase a la pregunta del visitante. El Jefe de la Guardia, solo acertó a decir, que se venía haciendo desde hace tiempo, pues creía recordar, que en su anterior guardia, también colocó durante ella, a un Soldado en ese mismo lugar, y que él llevaba en la Unidad un par de años, y siempre se había hecho de ese modo.
El General, no satisfecho con la explicación, y extrañado, ordenó investigar el motivo de aquel centinela.
Se dice que la visita del General, se realizó en la década de los setenta, y que la última vez que se pintó el banco, fue a principios de los cincuenta. Conclusión, durante más de veinte años, había estado puesto un Soldado junto a un banco, esperando que la pintura de este, se secara.
Todo el mundo habla que sucedió en su cuartel, que el banco es el que preside su patio de armas, todos quieren sentirse un poco protagonistas de la historia, hasta yo que la estoy contando después de que otros muchos ya lo hayan hecho, cada cual a su manera.
Pero la realidad, es que el banco pintado existió en algún lugar, y que sirve de ejemplo para detenernos a meditar, sobre la cantidad de cosas incongruentes que realizamos por inercia, simplemente porque ayer también las hicimos.
¡Cuántos dichosos bancos pintados existen a nuestro alrededor, y seguimos vigilándolos una vez secos!
Antonio Lozano Herrera
Cuenta la leyenda, que en cierto cuartel, un buen día, decidieron pintar un banco del Patio de Armas. El Capitán de Servicio, le ordenó al Oficial de Guardia, que colocase a un Soldado junto al mencionado banco, durante el tiempo que tardara la pintura en secarse, para evitar que alguien se sentara en él, y se manchara.
El Oficial se lo comunicó a su Sargento, que solícito envió a un componente de la guardia, colocándose este, justo al lado del recien pintado banco, prohibiendo su uso.
Se ve que la pintura tardaba en secarse, y a las dos horas, el Soldado fue relevado por otro, y así hasta que amaneció el siguiente día. Cuando llegó la guardia entrante, y se dispusieron a realizar el relevo, el Oficial y Suboficial salientes, olvidaron decirle a los nuevos, que cuando se terminara de secar el mencionado banco, se suprimiera dicho servicio.
Desde ese día, cuando había de realizarse el relevo de las garitas y demás plantones, los jefes de la guardia, distribuían automáticamente a los centinelas, entre los cuales se encontraba uno, que había de permanecer junto al banco, ¿a vigilar que?
Cierto día, un General, anunció una visita a dicho cuartel. El Coronel al mando, se preocupó de que con anterioridad, todo estuviese bien limpio y ordenado, dispuesto para ser inspeccionado por el superior.
Cuando llegó el mencionado General, la guardia formó uniformada perfectamente, y recibió las novedades del Oficial, que llevaba días preparándose para dicho acto.
El Coronel salió a recibirle, y tras el desfile de la unidad, se dispuso a mostrarle el Acuartelamiento, todo orgulloso, por el maravilloso estado en que se encontraba.
Le enseñó la cocina, los dormitorios de los soldados, la cantina, los vehículos y armamento, y el General se mostraba encantado del orden y eficacia de la unidad. Pero justo cuando se disponía a enfilar la puerta para su marcha, se encontró con un Soldado en una esquina del patio. El muchacho que se encontraba con su fusil, al ver acercarse al General, adoptó la posición de firme, y le saludó enérgicamente.
El General le preguntó: Soldado ¿cuál es su misión?, a lo que éste no supo responder, guardando silencio, y mirando nervioso a su Coronel. Entonces el General le hizo la misma pregunta al Coronel que le acompañaba, como manda las Ordenanzas a su izquierda y un paso atrás. Este sonrojado, tampoco supo contestar, a lo que de inmediato, solicitó la presencia del Oficial de la Guardia, para que le sacase de tal apuro, y contestase a la pregunta del visitante. El Jefe de la Guardia, solo acertó a decir, que se venía haciendo desde hace tiempo, pues creía recordar, que en su anterior guardia, también colocó durante ella, a un Soldado en ese mismo lugar, y que él llevaba en la Unidad un par de años, y siempre se había hecho de ese modo.
El General, no satisfecho con la explicación, y extrañado, ordenó investigar el motivo de aquel centinela.
Se dice que la visita del General, se realizó en la década de los setenta, y que la última vez que se pintó el banco, fue a principios de los cincuenta. Conclusión, durante más de veinte años, había estado puesto un Soldado junto a un banco, esperando que la pintura de este, se secara.
Todo el mundo habla que sucedió en su cuartel, que el banco es el que preside su patio de armas, todos quieren sentirse un poco protagonistas de la historia, hasta yo que la estoy contando después de que otros muchos ya lo hayan hecho, cada cual a su manera.
Pero la realidad, es que el banco pintado existió en algún lugar, y que sirve de ejemplo para detenernos a meditar, sobre la cantidad de cosas incongruentes que realizamos por inercia, simplemente porque ayer también las hicimos.
¡Cuántos dichosos bancos pintados existen a nuestro alrededor, y seguimos vigilándolos una vez secos!
Antonio Lozano Herrera
lunes, 13 de abril de 2009
AQUELLA GUARDIA DE “EL GUTI”
¡Alto quien va! Se oyó gritar desde la garita, rompiendo el silencio de la noche.
Por respuesta, solo se escuchó, el viento que azotaba aquella madrugada invernal de principios de los ochenta.
El soldado volvió a repetir ¡alto quien va!, mientras calaba el machete en la bocacha, y montaba su arma. El sonido metálico de la palanca de montar, haciendo que el cartucho ocupara su lugar en la recámara, retumbó en la oscuridad.
Estaba convencido, tres sombras, tres siluetas humanas se movían con sigilo, entre cañones y vehículos aparcados.
A pesar del frío, el sudor le caía por la mejilla, y notaba como el uniforme totalmente empapado, se le pegaba al cuerpo. Nunca se había parado a imaginar, cómo reaccionaría en un momento como aquel. Sabía la consigna, ¡si no hay respuesta! ¡disparar!. Pero no era lo mismo decirlo, que hacerlo.
La voz no le salía del cuerpo, y haciendo un gran esfuerzo, preguntó por tercera vez ¡Alto quien va, o disparo!
La zona se encontraba a oscuras como boca de lobo, la noche era cerrada, y tanto la luna como las estrellas, estaban ocultas por unas inmensas nubes que amenazaban agua.
Las tres figuras fantasmagóricas, se iban acercando, mientras una de ellas gritó: ¡Baja el arma muchacho, soy el sargento de guardia!
A mí con trolas, pensó el centinela sin dejar de apuntar: ¡Santo y Seña!
Una voz salió de la nada: “Casimiro Castellón”. ¡Contraseña!
El soldado en la garita, con el susto se había quedado en blanco, y guardaba silencio, intentando recordar la maldita contraseña.
Ahora era el supuesto sargento, el que se volvía a protegerse detrás de un gran árbol, mientras repetía: He dicho ¡contraseña!.
Cangrejo, castillo, camaleón, sabía que empezaba por Ca, pero ¿cuál era la dichosa palabra?.
- ¿Quieres decirlo ya, cateto? Le apresuraba el sargento, cada vez más irritado.
- Ezo é ¡Cateto! mi zagento, cateto, cateto, vociferaba aliviado, pensando que el suboficial le había echado una mano.
- ¡Cateto, es lo que tu eres, pedazo de alcornoque!, le contestó el segundo jefe de la guardia, mientras unas risitas incontroladas, se escuchaban a la espalda de este. Era la Patrulla, que acompañaba al sargento en su ronda, y se descojonaban ante la surrealista escena.
El artillero guardián, ya no pensaba en el posible enemigo, su mente solo calculaba los días que pasaría arrestado en prevención, si no recordaba en unos segundos, la dichosa contraseña.
En ese momento, se acordó de que la escribió con bolígrafo en su mano, poco antes de salir del Cuerpo de Guardia camino de la garita, costumbre muy usual, pero poco inteligente. Nervioso soltó el fusil, encendió un mechero, y se dispuso a leerla alumbrando la palma de su mano.
¡Imposible!, solo se apreciaba una extensa mancha azul de tinta. El sudor de los nervios vividos anteriormente, habían borrado la escritura.
- ¡Apaga el cigarro imbécil! Le gritaron desde abajo, creyendo que el fuego del mechero era el de una colilla.
Lo que me faltaba, pensó, ahora creen que estoy fumando. Mañana no hay quien me libre del calabozo.
En ese instante, recordó lo que acababa de decir: calabozo, y la palabra buscada era calabaza.
- “CALABAZA”, la contraseña es “CALABAZA”, mi zagento, gritaba desesperado.
Los tres visitantes se acercaron a la garita, el suboficial con un mosqueo impresionante, el cabo y el soldado que le acompañaban, se miraban sin poder contener su risa.
- “Asusórdenes” mi zagento, sin novedá en el puesto, to tranquilo.
- ¡Tranquilo!, después del rato que me has dado, te voy a dar yo tranquilidad, pero para unos meses entre rejas, contestó este alumbrando con curiosidad con su linterna, la cara del centinela.
- ¡Cojones Gutiérrez!, exclamó. A ver si estamos en lo que tenemos que estar, y no pensando en el fin de semana, que aún estamos a miércoles. Espabila chaval, ¡que llevas ya mucha mili, para seguir comportándote como un recluta!.
Gutiérrez, agachó la cabeza. Era cierto, a pesar del tiempo de servicio que llevaba, aún era objetivo de las bromas de los veteranos. Su carácter noble y bonachón daba pie a ello, en un mundo donde el que se dormía, era devorado por su propia especie. En su pueblo no ocurría eso, y aún no se había acostumbrado a sobrevivir a la vida cuartelera.
Solo acertó a preguntar:
- ¿Me va uzté arrestá, mi zagento?
Este conocedor de que se trataba de un buen chico, algo brutote y despistado, pero trabajador, le contestó:
- Por esta vez, te vas a librar, pero quiero que me escribas mil veces, antes del viernes, “CASIMIRO, CASTELLON, CALABAZA”, sino ya le puedes ir diciendo a tu novia, que se busque a otro cateto, que la entretenga este sábado y domingo.
- “Asusórdenes” mi zagento, muchas grasias, contestó Gutiérrez agradecido, mientras aquel se alejaba de la garita, seguido de cerca por la patrulla, que no dejaban de reír.
Cuando de nuevo acudió la calma, el silencio, la oscuridad, y se volvió a sentir solo en aquella alejada garita, el muchacho, sonrió satisfecho, y no pensaba en el cachondeo que le esperaba, cuando la patrulla contara lo ocurrido al resto de la guardia, cuando los “abuelos” le dieran collejas por ser tan reclutón, cuando al día siguiente, le llovieran los gorrazos al llegar a la Batería. Solo acertaba a pensar, ¡Qué güeno es er zagento!
Y es que “El Guti”, era así.
¡ERAN OTROS TIEMPOS!
Antonio Lozano Herrera
Por respuesta, solo se escuchó, el viento que azotaba aquella madrugada invernal de principios de los ochenta.
El soldado volvió a repetir ¡alto quien va!, mientras calaba el machete en la bocacha, y montaba su arma. El sonido metálico de la palanca de montar, haciendo que el cartucho ocupara su lugar en la recámara, retumbó en la oscuridad.
Estaba convencido, tres sombras, tres siluetas humanas se movían con sigilo, entre cañones y vehículos aparcados.
A pesar del frío, el sudor le caía por la mejilla, y notaba como el uniforme totalmente empapado, se le pegaba al cuerpo. Nunca se había parado a imaginar, cómo reaccionaría en un momento como aquel. Sabía la consigna, ¡si no hay respuesta! ¡disparar!. Pero no era lo mismo decirlo, que hacerlo.
La voz no le salía del cuerpo, y haciendo un gran esfuerzo, preguntó por tercera vez ¡Alto quien va, o disparo!
La zona se encontraba a oscuras como boca de lobo, la noche era cerrada, y tanto la luna como las estrellas, estaban ocultas por unas inmensas nubes que amenazaban agua.
Las tres figuras fantasmagóricas, se iban acercando, mientras una de ellas gritó: ¡Baja el arma muchacho, soy el sargento de guardia!
A mí con trolas, pensó el centinela sin dejar de apuntar: ¡Santo y Seña!
Una voz salió de la nada: “Casimiro Castellón”. ¡Contraseña!
El soldado en la garita, con el susto se había quedado en blanco, y guardaba silencio, intentando recordar la maldita contraseña.
Ahora era el supuesto sargento, el que se volvía a protegerse detrás de un gran árbol, mientras repetía: He dicho ¡contraseña!.
Cangrejo, castillo, camaleón, sabía que empezaba por Ca, pero ¿cuál era la dichosa palabra?.
- ¿Quieres decirlo ya, cateto? Le apresuraba el sargento, cada vez más irritado.
- Ezo é ¡Cateto! mi zagento, cateto, cateto, vociferaba aliviado, pensando que el suboficial le había echado una mano.
- ¡Cateto, es lo que tu eres, pedazo de alcornoque!, le contestó el segundo jefe de la guardia, mientras unas risitas incontroladas, se escuchaban a la espalda de este. Era la Patrulla, que acompañaba al sargento en su ronda, y se descojonaban ante la surrealista escena.
El artillero guardián, ya no pensaba en el posible enemigo, su mente solo calculaba los días que pasaría arrestado en prevención, si no recordaba en unos segundos, la dichosa contraseña.
En ese momento, se acordó de que la escribió con bolígrafo en su mano, poco antes de salir del Cuerpo de Guardia camino de la garita, costumbre muy usual, pero poco inteligente. Nervioso soltó el fusil, encendió un mechero, y se dispuso a leerla alumbrando la palma de su mano.
¡Imposible!, solo se apreciaba una extensa mancha azul de tinta. El sudor de los nervios vividos anteriormente, habían borrado la escritura.
- ¡Apaga el cigarro imbécil! Le gritaron desde abajo, creyendo que el fuego del mechero era el de una colilla.
Lo que me faltaba, pensó, ahora creen que estoy fumando. Mañana no hay quien me libre del calabozo.
En ese instante, recordó lo que acababa de decir: calabozo, y la palabra buscada era calabaza.
- “CALABAZA”, la contraseña es “CALABAZA”, mi zagento, gritaba desesperado.
Los tres visitantes se acercaron a la garita, el suboficial con un mosqueo impresionante, el cabo y el soldado que le acompañaban, se miraban sin poder contener su risa.
- “Asusórdenes” mi zagento, sin novedá en el puesto, to tranquilo.
- ¡Tranquilo!, después del rato que me has dado, te voy a dar yo tranquilidad, pero para unos meses entre rejas, contestó este alumbrando con curiosidad con su linterna, la cara del centinela.
- ¡Cojones Gutiérrez!, exclamó. A ver si estamos en lo que tenemos que estar, y no pensando en el fin de semana, que aún estamos a miércoles. Espabila chaval, ¡que llevas ya mucha mili, para seguir comportándote como un recluta!.
Gutiérrez, agachó la cabeza. Era cierto, a pesar del tiempo de servicio que llevaba, aún era objetivo de las bromas de los veteranos. Su carácter noble y bonachón daba pie a ello, en un mundo donde el que se dormía, era devorado por su propia especie. En su pueblo no ocurría eso, y aún no se había acostumbrado a sobrevivir a la vida cuartelera.
Solo acertó a preguntar:
- ¿Me va uzté arrestá, mi zagento?
Este conocedor de que se trataba de un buen chico, algo brutote y despistado, pero trabajador, le contestó:
- Por esta vez, te vas a librar, pero quiero que me escribas mil veces, antes del viernes, “CASIMIRO, CASTELLON, CALABAZA”, sino ya le puedes ir diciendo a tu novia, que se busque a otro cateto, que la entretenga este sábado y domingo.
- “Asusórdenes” mi zagento, muchas grasias, contestó Gutiérrez agradecido, mientras aquel se alejaba de la garita, seguido de cerca por la patrulla, que no dejaban de reír.
Cuando de nuevo acudió la calma, el silencio, la oscuridad, y se volvió a sentir solo en aquella alejada garita, el muchacho, sonrió satisfecho, y no pensaba en el cachondeo que le esperaba, cuando la patrulla contara lo ocurrido al resto de la guardia, cuando los “abuelos” le dieran collejas por ser tan reclutón, cuando al día siguiente, le llovieran los gorrazos al llegar a la Batería. Solo acertaba a pensar, ¡Qué güeno es er zagento!
Y es que “El Guti”, era así.
¡ERAN OTROS TIEMPOS!
Antonio Lozano Herrera
Nuestro compañero y amigo Diego Molero Fernandez, del reemplazo 2º del 1991, nos envía estas preciosas fotos. Entre ellas la del trofeo como Artillero distinguido, que le fue entregado en el Patio de Armas, en la víspera de Santa Bárbara.
Enhorabuena Diego, pues es un emotivo y merecido recuerdo, que demuestra tu categoría como buen artillero.
Gracias por las fotos, y por participar en nuestro blog.




Enhorabuena Diego, pues es un emotivo y merecido recuerdo, que demuestra tu categoría como buen artillero.
Gracias por las fotos, y por participar en nuestro blog.




