Se cuenta que aquel sargento, había pedido como primer destino voluntario después de acabados sus tres años de Academia Militar, el “temido” Regimiento de Artillería de Campaña nº 14 (La Legión Chica) de Sevilla, a pesar de que muchos de sus compañeros, le aconsejaron lo contrario, y optaron por el RACA 15, mucho más tranquilo, allá en la Tacita de Plata.
¡Quien ha dicho miedo! Desbordante de ilusión, marchó hasta allí, sabedor de que con su preparación, estaría a salvo de cualquier contratiempo, y dispuesto a afrontar los innumerables servicios, y maniobras que le aguardaban.
El primer día, con su nuevo uniforme de presentación, y sus brillantes galones, se presentó a los jefes de la unidad. Todo correcto, hasta que llegó a su capitán, solo recibió de éste, unas secas palabras de recibimiento, para seguidamente advertirle, que disponía de diez minutos para cambiarse, y colocarse el traje de faena, pues el enemigo no entendía de presentaciones.
¿Enemigo? Se preguntó extrañado.
Su destino sería, la Sección de Transmisiones de una Batería de cañones autopropulsados. Cuando ya cambiado con la ropa de trabajo, se dirigía al local donde se guardaba todo el material de radios, cableado, etc., tuvo por obligación que cruzar el Patio de Armas.
El sargento, marchaba con paso firme por el recinto, con aquel uniforme color garbanzo de la época, y con su gorra cuartelera, comúnmente denominada de barco, y vulgarmente llamada de “chocho”.
Como había aprendido en la Academia, debía caminar con la cabeza bien alta, y para ello le enseñaron un truco infalible, que solían utilizar muchos veteranos. Simplemente, si la proa del barco o la parte delantera de la gorra, la dejamos apoyar sobre la nariz, nos da un aspecto más elegante y marcial, pues nos vemos obligados, a levantar la vista para poder ver, con lo cual la cabeza siempre irá erguida.
A lo lejos vio acercarse a un grupo de oficiales, un comandante lo encabezaba, seguido por su séquito de capitanes, un paso por detrás de él. El superior caminaba pausadamente comentando algo, mientras olía una hermosa flor que portaba en su mano. Al mismo tiempo, los que lo acompañaban reían y asentían con la cabeza, a todo aquello que el superior decía.
Al llegar a su altura, al sargento se giró, y llevándose la mano derecha a la gorra, realizó el saludo más militar y enérgico de su vida, quería entrar con buen pié en esa Unidad, y sabía que el saludo era muestra de disciplina, además de cortesía y educación, aunque fuese obligatorio.
No recibió contestación a su saludo, ni por parte del comandante, ni por ninguno de sus acompañantes, solo cuando se alejaba del lugar, acertó a escuchar una voz, que decía:
- ¡Mi primero!, ¡mi primero!
No se volvió, porque sabía perfectamente que no se dirigían a él, pues sus galones de sargento, tanto en las hombreras como en la gorra, así lo confirmaban.
Volvió a escuchar con insistencia: - ¡Mi primero!, ¡mi primero!.
Esta vez supo que se trataba de él, pues comprobó como en aquel momento, era el único, que se encontraba cerca del grupo, pero aunque le tenía un respeto enorme al empleo de Cabo 1º, no en vano, había portado durante mucho tiempo la querida “tirilla amarilla”, antes de su ingreso en la Academia de Suboficiales, no estaba dispuesto a que lo degradaran por capricho, error o ignorancia, y optó por continuar su camino.
Se escuchó la voz de un capitán: – Mi comandante, es sargento.
A lo que éste contestó airado: ¡Y qué más da, un grado más que menos!, Mi sargento, es a ti al que llamo ¡pareces sordo, joder!, volvió a vocear, mientras aquel volvía la cabeza.
El sargento algo dolido por lo que acababa de oír, acudió a la llamada del superior, y llevándose la mano a la gorra con mayor energía aún que la vez anterior, permaneció en el primer tiempo del saludo, exclamando:
A sus órdenes mi capitán, se presenta el sargento Juan Martínez Ortega que ha sido llamado por usted.
El comandante con gesto fruncido, le dijo: Mira chaval, dos cosas te voy a decir: primero no soy capitán, o es que no ves la estrella de ocho punta, y segundo, colócate bien la gorra, pues no es esa su posición, así la llevan los legionarios, y que yo sepa tu no lo eres.
El sargento conteniendo la rabia, y con la fuerza y seguridad que le aportaba su juventud, además de la ilusión por un empleo de sargento, alcanzado con mucho sacrificio, contestó al superior educadamente, y sin perder la compostura:
Mi comandante, creí haberle escuchado decir al dirigirse a mí, que no le daba importancia a un grado más que menos, por lo que pensé que no se molestaría si le llamaba capitán.
Acto seguido, el sargento tomó su gorro de la cabeza, y lo colocó debajo del brazo, pues era como el superior portaba su gorra de plato, habiendo permanecido descubierto durante toda la conversación, así como solía hacerlo, cuando daba sus paseos por el Acuartelamiento.
Dando un taconazo en señal de saludo, reinició su caminar hacia su destino en Transmisiones, descubierto siguiendo el ejemplo de su superior.
Ningunos de los presentes acertó a abrir la boca, se quedaron sin palabra, lógicamente no estaban acostumbrados a que un simple y novato sargento recién llegado, les hablara en esos términos.
No pasaron cinco minutos, cuando llegó un artillero a comunicarle que el capitán de la Batería, había ordenado que se presentara a él. Por lo visto, una vez repuesto de la sorpresa, el comandante, se apresuró a comunicar al capitán jefe del sargento lo sucedido, solicitando un correctivo para el indisciplinado suboficial.
Aquella mañana, después de una tensa conversación, que en realidad fue solo un monólogo o raspapolvos, el sargento comprobó con desolación, como tras largos años de estudios y preparación, una cosa era la teoría académica, y otra bien distinta la realidad cuartelera. Abandonó el despacho, meditando lo que el capitán le había repetido durante la charla en varias ocasiones: - Esto funciona así, ¡si lo quieres bien, y sino, compras una póliza de veinticinco pesetas, y solicitas por escrito, la baja en el ejército!
Se miró con tristeza los dorados galones, y pensó,: - ¡Tanto trabajo para ganarlos, y tan solo cuestan, cinco duros perderlos!
Le bastó un solo día, para aprender la lección y poner los pies en el suelo. ¡Estaba claro, que ya no estaba en la Academia! Lo de dar ejemplo a los subordinados, había quedado atrás.
jueves, 16 de abril de 2009
Ignacio Pino Bejarano 1987

Nuestro amigo artillero veterano Ignacio Pino Bejarano del 2º de 1987, destinado en la 5ª Batería del RACA 14, nos envía esta entrañable foto, en la que se aprecia como vigila su Land Rover. Gracias Ignacio, me gustaría que nos hablara un poco sobre tus mandos de aquella época, y alguna anécdota de tu paso por la Unidad.
Un abrazo, y espero que sigas colaborando, con la aportación de alguna fotografía más. Gracias.