
Era verano y el polvoriento camino, se perdía en constantes zig zag, que hacía imposible saber hacia donde nos llevaba, si no fuera por la ayuda del arrugado plano y la vieja brújula que llevaba el jefe de pelotón. Este iba al mando del Sargento Lozano, el sol golpeaba de lleno, y los artilleros intentanban cobijarse sin conseguirlo, bajo la sombra de los escasos árboles que nos acompañaban en nuestra agotadora andadura. El ejercicio se trataba simplemente de una dura marcha de pequeñas unidades.
Hoy cuando he leído la prensa, sin saber cómo y porqué lo he recordado. Leía que si tal jugador vale tantos millones, que si Villa no se marcha por menos de 50, que si Ronaldo ha costado 90, y comprobando los sueldos de estos futbolistas me he acordado de la historia.
Y muchos se preguntarán ¿que tiene que ver el fútbol con la milicia?. Nada en cuanto a dinero se refiere, pero a veces hay historias, que quedan escondidas en algún rincón de la mente, y noticias como esta, hacen que salgan a la luz.
A punto de deshidratarnos, pues el agua de las cantimploras estaba agotada, y aun quedaban bastantes kilómetros para llegar al vivac, vimos como si de un espejismo se tratara una venta, allá en la lejanía, en mitad de la nada. Nos acercamos a ella, y comprobamos que existía, que era real. No he sido partidario del uso de lugares públicos para descansar y reponer energía, pero en aquella ocasión la fatiga lo requería, pues estábamos al borde del desfallecimiento después de muchas horas de caminata.
Cuando entramos en ella, solicité permiso a un señor que se encontraba tras la barra para que mi tropa bebiera de un búcaro que olía a agua fresca. Sí, ¡ya sé que el agua no huele!, pero aquella ¡sí!. Aquella olía a pozo limpio, a manantial, a gloria pura.
El hombre muy amable me autorizó, y como quien en medio del desierto encuentra un oasis, se abalanzaron hacia el agua. Tuve que intervenir, porque sabía que no era conveniente en el estado de agotamiento, y sudorosos, abusar del preciado líquido, y les dije que un solo trago.
Todos cumplieron la orden, y el enorme botijo no llegó a gastarse, quedando para este sargento que escribe el último trago.
En aquellos tiempos no estaba prohibido el consumo de alcohol, por lo que les permití una vez repuestos, que tomasen una cervecilla ¡solo una! Mientras yo entablaba una pequeña conversación con quien creía el dueño del pequeño negocio, que aun hoy después de tantos años, creo que se llamaba Venta “El Conejo”. Por los terrenos de Alcalá de Guadaira y Las Canteras.
Me sorprendió ver muchas fotografía en la pared de un mítico jugador de cuando yo era un crío, y que había visto muchas veces en mis sagradas colecciones de cromos de futbolistas. En unas se encontraba con la camiseta del Sevilla, luego con la del Barcelona, y también con la de la Selección Española. También había muchos trofeos que daban un colorido deportivo al lugar. Ese futbolista que aparecía en tantas fotografías era “Gallego”. Le pregunté al tabernero que si era amigo suyo, familiar o simpatizante, y se echó a reír, pero sin poder disimular un gesto de desencanto en aquella risa, pues había algo en ella, que la hacía triste y nostálgica.
Entonces lo adiviné, ¡era el! Ahora lo entiendo, después de muchos años, había perdido parte de su aspecto jovial con que yo lo recordaba. Los años habían dejado huella en su cuerpo, pues le acompañaba una prominente barriga, y una acuciada calva. ¡Pero seguía siendo él!
Lo felicité, y me estuvo contando que empezó en el Sevilla a comienzo de los sesenta. Que después de tres o cuatros años en el club andaluz lo fichó el Barcelona por ¡siete millones de pesetas!, cuando apenas tenía 21 años. Que a los pocos meses, ya era internacional vistiendo con orgullo la camiseta roja casi en cuarenta ocasiones . También me dijo que ganó una Liga, una Copa, y una UEFA, y que tras once años en el club blaugrana, regresó como un héroe de nuevo a su antiguo equipo sevillano para despedirse del fútbol. Todo ello me lo contaba entre suspiros, con mucha tristeza y añoranza de un tiempo que se fue. También me dijo que su nombre era Francisco Fernández, pero que todos desde pequeño le llamaban Paco Gallego.
Se lamentaba de lo que había cambiado el deporte rey en pocos años, y que a él, no le había cogido la época dorada de los multimillonarios fichajes, ¡y eso que estábamos a mediados de la década de los ochenta!. ¡No se qué pensará cuando ahora lea la prensa! Le dije que por lo menos le había quedado para montar un modesto negocio, aunque fuera en un lugar inhóspito, alejado y con escasa clientela. Fue cuando mirando sus fotografías, y entre risas y lágrimas, me aseguró que aquella venta era de su cuñado, y el estaba allí para ayudarle, y a la vez poderse sacar un sueldecillo. ¡Toma ya! ¡Se imaginan a Beckham, Ronaldihno, Maradona, Ronaldo, o al propio Raúl, tras un mostrador de una venta perdida, sirviendo agua, y cerveza a unos soldados sedientos, y algún vasito de mosto a los abuelos del lugar?
Gracias Francisco Fernández, porque otros en tu situación, no hubieran levantado cabeza, y hubiesen caído abatidos ante el olvido de los que un día le aclamaron y vitorearon. Y por ayudar a este suboficial y a su tropa con la cabeza bien alta. Este relato es para ti “Paco Gallego”, y para todos aquellos aficionados al fútbol, que aun hoy te recuerdan.
Hoy cuando he leído la prensa, sin saber cómo y porqué lo he recordado. Leía que si tal jugador vale tantos millones, que si Villa no se marcha por menos de 50, que si Ronaldo ha costado 90, y comprobando los sueldos de estos futbolistas me he acordado de la historia.
Y muchos se preguntarán ¿que tiene que ver el fútbol con la milicia?. Nada en cuanto a dinero se refiere, pero a veces hay historias, que quedan escondidas en algún rincón de la mente, y noticias como esta, hacen que salgan a la luz.
A punto de deshidratarnos, pues el agua de las cantimploras estaba agotada, y aun quedaban bastantes kilómetros para llegar al vivac, vimos como si de un espejismo se tratara una venta, allá en la lejanía, en mitad de la nada. Nos acercamos a ella, y comprobamos que existía, que era real. No he sido partidario del uso de lugares públicos para descansar y reponer energía, pero en aquella ocasión la fatiga lo requería, pues estábamos al borde del desfallecimiento después de muchas horas de caminata.
Cuando entramos en ella, solicité permiso a un señor que se encontraba tras la barra para que mi tropa bebiera de un búcaro que olía a agua fresca. Sí, ¡ya sé que el agua no huele!, pero aquella ¡sí!. Aquella olía a pozo limpio, a manantial, a gloria pura.
El hombre muy amable me autorizó, y como quien en medio del desierto encuentra un oasis, se abalanzaron hacia el agua. Tuve que intervenir, porque sabía que no era conveniente en el estado de agotamiento, y sudorosos, abusar del preciado líquido, y les dije que un solo trago.
Todos cumplieron la orden, y el enorme botijo no llegó a gastarse, quedando para este sargento que escribe el último trago.
En aquellos tiempos no estaba prohibido el consumo de alcohol, por lo que les permití una vez repuestos, que tomasen una cervecilla ¡solo una! Mientras yo entablaba una pequeña conversación con quien creía el dueño del pequeño negocio, que aun hoy después de tantos años, creo que se llamaba Venta “El Conejo”. Por los terrenos de Alcalá de Guadaira y Las Canteras.
Me sorprendió ver muchas fotografía en la pared de un mítico jugador de cuando yo era un crío, y que había visto muchas veces en mis sagradas colecciones de cromos de futbolistas. En unas se encontraba con la camiseta del Sevilla, luego con la del Barcelona, y también con la de la Selección Española. También había muchos trofeos que daban un colorido deportivo al lugar. Ese futbolista que aparecía en tantas fotografías era “Gallego”. Le pregunté al tabernero que si era amigo suyo, familiar o simpatizante, y se echó a reír, pero sin poder disimular un gesto de desencanto en aquella risa, pues había algo en ella, que la hacía triste y nostálgica.
Entonces lo adiviné, ¡era el! Ahora lo entiendo, después de muchos años, había perdido parte de su aspecto jovial con que yo lo recordaba. Los años habían dejado huella en su cuerpo, pues le acompañaba una prominente barriga, y una acuciada calva. ¡Pero seguía siendo él!
Lo felicité, y me estuvo contando que empezó en el Sevilla a comienzo de los sesenta. Que después de tres o cuatros años en el club andaluz lo fichó el Barcelona por ¡siete millones de pesetas!, cuando apenas tenía 21 años. Que a los pocos meses, ya era internacional vistiendo con orgullo la camiseta roja casi en cuarenta ocasiones . También me dijo que ganó una Liga, una Copa, y una UEFA, y que tras once años en el club blaugrana, regresó como un héroe de nuevo a su antiguo equipo sevillano para despedirse del fútbol. Todo ello me lo contaba entre suspiros, con mucha tristeza y añoranza de un tiempo que se fue. También me dijo que su nombre era Francisco Fernández, pero que todos desde pequeño le llamaban Paco Gallego.
Se lamentaba de lo que había cambiado el deporte rey en pocos años, y que a él, no le había cogido la época dorada de los multimillonarios fichajes, ¡y eso que estábamos a mediados de la década de los ochenta!. ¡No se qué pensará cuando ahora lea la prensa! Le dije que por lo menos le había quedado para montar un modesto negocio, aunque fuera en un lugar inhóspito, alejado y con escasa clientela. Fue cuando mirando sus fotografías, y entre risas y lágrimas, me aseguró que aquella venta era de su cuñado, y el estaba allí para ayudarle, y a la vez poderse sacar un sueldecillo. ¡Toma ya! ¡Se imaginan a Beckham, Ronaldihno, Maradona, Ronaldo, o al propio Raúl, tras un mostrador de una venta perdida, sirviendo agua, y cerveza a unos soldados sedientos, y algún vasito de mosto a los abuelos del lugar?
Gracias Francisco Fernández, porque otros en tu situación, no hubieran levantado cabeza, y hubiesen caído abatidos ante el olvido de los que un día le aclamaron y vitorearon. Y por ayudar a este suboficial y a su tropa con la cabeza bien alta. Este relato es para ti “Paco Gallego”, y para todos aquellos aficionados al fútbol, que aun hoy te recuerdan.
Antonio Lozano Herrera