

Ayer miércoles me crucé con él. ¡Si, era mi coronel!. Puedo afirmarlo a pesar de los años transcurridos. Y digo mi coronel, porque aunque durante mis más de treinta años de servicio activo, y habiendo estado a las órdenes de muchos coroneles, para mí, solo habrá uno al que para referirme a él, no tenga necesidad de colocar nombre y apellidos.
Y ¡donde si no!, nos podíamos encontrar, que no fuera en nuestra Rota querida. No sé porqué, pero al igual que “la cabra tira al monte”, “el militar tira a Rota”, tierra artillera por excelencia. Lugar donde nuestros hijos, fueron creciendo jugando entre los verdes pinos y azules aguas, al amparo de aquellos “morabitos”de La Forestal, donde disfrutaban de los 20 días más felices del verano. ¡Que tiempos!
Nuestras miradas se cruzaron durante décimas de segundo. No puedo asegurar que me reconociera ¡estoy tan cambiado!, yo a él sí. Se encontraba sentado junto a su señora, en una terraza de una cafetería, muy cerca del Parque Atlántico. Yo volvía de la playa cargado de cachivaches. Por un momento pensé acercarme a saludarle, pero un impulso me dijo que lo más apropiado era seguir mi camino. No sé si me equivoqué, como tantas veces en la vida.
Sabía que si le estrechaba la mano (seguramente acompañado de un enérgico taconazo, aunque llevara chanclas playeras), me iba a emocionar. Recordaría momentos que él y yo sabemos que nos duelen. Instantes de una vida cuartelera donde fui feliz a sus órdenes, y años más tarde, porque la vida es así de extraña e imprevisible, tuve que decir adiós.
Hablaríamos del porqué de algunas cosas, intentando buscar justificación a lo que no lo tiene, comentaríamos lo injusta que es la milicia en ocasiones. De eso él sabe bastante. Seguramente saldría de mi boca algún reproche hacia alguien, y él con su dolor, porque todos tenemos momentos de debilidades, puede que también me acompañara en mi desahogo. Todo eso lo pensé en milésimas de segundo, y opté por continuar mi camino. Lo volví a mirar, pero ya había apartado la vista. Puede que quizás también, intentando evitar el encuentro.
Guardé silencio, hasta que mi esposa me preguntó ¿qué te pasa?, ¿en qué piensas? Nada, cosas mías sin importancia. Pensaba en el, en si había hecho lo correcto, en que tenemos una conversación pendiente, pero tan larga que la vamos prorrogando, eludiendo rememorar el pasado, compartiendo sufrimiento.
Mi coronel, espero que la próxima vez, mi instinto me haga estrecharle esa mano que ayer esquivé. Será señal de que lo voy superando, indicio de ser capaz de hablar de hechos y personas sin rencor, sin ánimo de venganza. Dialogar como antiguos camaradas, de tantas cosas gratas que nos une, dejando a un lado a todos aquellos a los que creemos culpables de nuestra situación por su inexcusable comportamiento. Solo hablar y recordar, sin el temor de que al llegar la noche, sea incapaz de conciliar el sueño, y con la tranquilidad de que las pesadillas de un pasado caprichoso, no me harán despertar sobresaltado.
Un abrazo mi coronel.