sábado, 8 de enero de 2011

FRANCISCO MORA RODRIGUEZ (PL.M.M) REEMPLAZO 82-2º.


Muchas son las ocasiones en las que pienso que habrá sido de tal o cual artillero. ¿Cómo le habrá ido, después de licenciarse? Me pregunto si habrá creado una familia, si tendrá hijos, si lograría llegar a conseguir trabajar en aquello que le gustaba, aunque últimamente ya solo me pregunto si estará trabajando simplemente.

Hay veces que voy paseando y escucho una voz a mis espaldas: “Adiós mi sargento”, me vuelvo extrañado, y veo a hombres desconocidos, personas que han pasado por mi vida, que han dejado huella, pero que el inexorable paso del tiempo, los ha transformado de tal modo, hasta hacerlos irreconocibles. ¡Lo mismo pensarán ellos de mí!
Se acercan, me saludan, y me refrescan la memoria, hasta conseguir encontrar en sus facciones, aquel chaval, de 20 años, que un lejano día instruir con el “un dos patata y arroz”, armando y desarmando el CETME con los ojos vendados, y con infinitas teóricas sobre moral, disciplina, ordenanzas militares, táctica etc. También me recuerdan, cuando por un simple descuido, los arresté a una imaginaria, o incluso a prevención, y compruebo como después de treinta años, no me guardan rencor alguno, muy al contrario, se acercan, me abrazan, y me presentan a su familia. Pero yo si me siento mal, porque sé que aunque siempre intenté ser justo, hay ocasiones en las que nos equivocamos. Y ¡cómo duele!
Y compruebo, como a unos la vida les ha sonreído más que a otros, como los años no pasan igual para todos, como hay que saber tomar el camino adecuado, pero aunque lo intentamos, muchas veces la vida nos engaña, y nos envía por otro sendero, y cuando queremos dar marcha atrás, es imposible volver.
La vida nos golpea, nos maltrata, nos machaca, pero hasta en los momentos más difíciles, asoma ese espíritu artillero, que hace que levantemos la cabeza y aceptemos el destino con honradez, con dignidad. Ese que todo hombre llevamos dentro, que hace que nos levantemos cada mañana gritándole a la vida, que si quiere golpearnos que lo intente, que puede que lo consiga, pero que nunca logrará tumbarnos, nunca hará que demos con nuestros huesos en la lona. Y sobre todo, que siempre nos encontrará plantándole cara por muy mal que nos vaya.
Y eso lo he aprendido de muchos artilleros, aquellos que un día enseñé a ser hombres, hoy son ellos os que me enseñan a mí. Y me dan lecciones para mirar a la vida de frente.
Uno de esos hombres-artilleros, me lo encontré la mañana de la festividad de los Reyes, compartimos una cerveza juntos, mientras me contaba muchas anécdotas de su paso por nuestro añorado (para algunos) RACA 14. Fueron innumerables las cosas que aprendí de él. La principal, a no rendirme, y a mirarle a la vida a los ojos.
Gracias Francisco, por el buen rato que me hiciste pasar, por tu amena conversación, aunque con muchos sinsabores. Sin darte cuenta, me hiciste con tu charla, un gran regalo de Reyes, y no olvides nunca, que aquí tendrás siempre a tu antiguo sargento amigo.