LA GARITA DE LA VIEJA, O GARITA DE LA MUERTE
Caso verídico:
El suboficial de guardia, escuchaba al fondo junto a los calabozos, una vez hecho el relevo de la misma, a los cabos, sorteando como de costumbre, los números entre los artilleros. Era una verdadera lotería, pues de ello suponía, que uno tuviese una buena guardia o una mala. La mayoría de los hombres, preferían determinadas garitas a otras, y por supuesto, no era lo mismo entrar de centinela a las once de la noche, que a las tres de la madrugada.
Se comentaba, que los cabos solían favorecer a los antiguos o veteranos, dejando los peores números para aquellos recién llegado, oseasé los guripas. Era tradición, y a pesar de que en muchas ocasiones el sorteo se hacía en presencia del suboficial, casi siempre salían favorecidos los abuelos. Era como el timo del trilero, pero en lugar de bolitas, eran pepeletas, y en vez de cubiletes se utilizaba la gorra del cabo. Todos iban metiendo la mano en ella, y sacando un papel, y como por arte de magia, los mejores números, eran para los que más mili acarreaban a sus espaldas.
Aquel día, la guardia estaba formada por un nutrido grupo de veteranos, y una minoría de novatos que hacían su primer servicio de armas.
Desde su despacho, el sargento de guardia, no paraba de mirar como un bisoño artillero de la guardia, no dejaba de pasearse nervioso, por las inmediaciones del lugar. Iba y venía intranquilo.
A la pregunta del porqué de su comportamiento, respondió que tenía el número 13. ¡Y qué! le contestó el suboficial, aunque ya suponía el motivo. El novato contó, que los antiguos habían estado relatando historias de espíritus, y fantasmas, asegurando que en la garita cinco, a eso de las cuatro de la madrugada, aparecía siempre una anciana que ofrecía café al soldado que allí se encuentra. Y que según su número, a él sería, al que le tocaría tan misteriosa visita.
Vamos muchacho, no hagas caso, de esos comentarios, que solo tratan de asustaros. Son viejos curtidos, que intentan asustar a los nuevos, con historias paranormales.
Es que yo soy muy supersticioso, mi sargento, y creo en esas cosas. Además el cabo me ha dicho que es verdad. Lógicamente, el cabo era del mismo llamamiento y reemplazo, además de amigo de aquellos aficionados, a contar tan macabras historias.
¡Cabo de guardia! gritó el sargento. Cuando se presentó este, le ordenó que los fogueados artilleros, dejaran de contar más “historias para no dormir” a los nuevos, y observando el estado de ansiedad del soldado, preguntó si alguien quería cambiarle el número, escuchando solo negativas como respuesta.
El sargento por un momento pensó en la historia, en aquella leyenda urbana o cuartelera, que iba pasando de reemplazo en reemplazo, y que nadie acertaba a decir, si algún día fue verdad.
Le llamaban la historia de la “Garita de la Vieja”, también llamada “Garita de la muerte”. Se comentaba que cuando un centinela hacía guardia en esa garita, tenía bastantes probabilidades de ser visitado por una anciana, que maternalmente le ofrecía café. Al parecer antaño, un artillero que vivía cerca del acuartelamiento, era visitado allí por su madre, las noches que estaba de guardia. Una noche, cuando fue a llevarle su café, se encontró al soldado muerto. Este se había suicidado de un tiro. Desde entonces, cada noche a la misma hora, que murió su hijo, acude a la garita a llevar café al centinela.
El sargento se encontraba en una disyuntiva importante, por un lado iba a mandar a un principiante a la famosa “garita de la muerte”, con la tensión y el acojonamiento, que este llevaba, pero si ordenaba cambiarle el número, no permitiría que este superara su miedo, permitiendo que sus compañeros se rieran de él. Al día siguiente sería la comidilla del cuartel, y quedaría como un cobarde a los ojos de todos.
Llegó el relevo de las tres de la mañana, solo se oía el ruido metálico de los subfusiles, y la voz del cabo formando a los entrantes de puesto, para dar novedades al sargento. Este se levantó de su asiento, y acercándose al grupo, comprobó como allí se encontraba el inexperto soldado, algo demacrado.
El cabo marchó realizando el recorrido habitual, en cada garita recogía al artillero saliente y dejaba al centinela entrante, después de recibir este, la consigna del puesto.
Cuando llegaron a la garita 5, se procedió al relevo, y el “agüelo” saliente, después de una sonrisita, le dijo al nuevo: Prepárate macho, que solo falta una hora. ¡Te vas a cagar, reclutón!
¿Sería verdad lo que los veteranos le habían contado, o era solo un cuento para asustarlo?
¿Porqué nadie quería esa garita? ¡La de la muerte! Pensó.
El cabo mandó guardar silencio, y continuó con el recorrido, dejando al novato centinela, solo en la oscuridad de la noche.
Este suspiraba hondo, la respiración entrecortada, las pulsaciones aceleradas, solo veía sombras por todos lados.
A las cuatro menos cinco, estuvo a punto de pulsar el botón del interfono, que comunicaba con el sargento, pidiendo ayuda, pero se contuvo. Cuando las campanadas de un reloj lejano, anunciaron que había llegado la hora, escuchó un ruido, a lo lejos vio una silueta extraña que se iba acercando.
Era ella, sin duda, una sombra deforme se movía a cierta distancia, mientras se escuchaba una voz de anciana que parecía decir: Traigo café calentito.
Después de frotarse los ojos, la estuvo observando durante varios minutos, sin duda era “la vieja”. Era cierto lo que contaban los veteranos. Luego, como por arte de magia, esta desapareció en una especie de nebulosa.
Ya no la volvió a ver más, hasta que una hora más tarde, a lo lejos escuchó los pasos del cabo con el relevo, como se aceraban a la garita.
Sin novedad en el puesto mi cabo, gritó tartamudeando el centinela .
El cabo, miró al novato artillero, y casi no le reconoció por la palidez de su rostro.
¿A que huele aquí soldado? No se cabo, seguramente a café de la abuela que me ha visitado. Los demás rieron ante la contestación del centinela.
El cabo agudizó su olfato y comprobó que el olor no era ni mucho menos a café, pero no le dio mayor importancia. Recogió al centinela, dejando allí al entrante, y notaba como camino de vuelta al Cuerpo de Guardia, el dichoso olor le acompañaba.
Cuando regresaron el sargento salió al encuentro, viendo como se acercaba el cabo tapándose la nariz. ¿Qué tal chaval, has visto a la vieja?, aún tenía el miedo metido en el cuerpo, y sin decir palabra, solo asintió con la cabeza.
Mientras el suboficial intentaba tranquilizar al novato, se oye una voz por el interfono:
Sargento de Guardia, aquí centinela de la garita nº 5.
El sargento contestó, dime ¿qué ocurre?
¿Podría usted enviar a alguien, para que limpie el pedazo de mierda que hay en la garita?, ¡aquí no hay quien pueda vigilar, con este olor nauseabundo!.
El sargento miró al muchacho que acababa de regresar de la garita, que al oír al compañero agachó la cabeza, avergonzado.
Por favor mi sargento, no se lo vaya usted a decir a nadie.
No, yo te prometo que no lo haré, pero el que ha llamado solicitando que limpien la boñiga que has dejado allí, no te quepa la menor duda de que lo hará. Anda coge los útiles de limpieza, y sin que nadie te vea, ve a limpiar la garita. ¡Y la quiero reluciente!. Cabo acompáñalo, no vaya a ser que vuelva la vieja.
Cuando ambos desaparecieron con el cubo y la fregona en la oscuridad, el sargento pensó en el poder de la mente, y en la inocencia de los nuevos incorporados! ¡Cómo cambian con el tiempo! ¡Y pensar que llegará un día no muy lejano, que el novato cagón este, se hará veterano, y le contará la misma historia a otros, para acojonarlos! ¡Así es la mili!
Aparte de servir para cachondeo de los compañeros, aquella cagada nocturna, también ayudó a que la leyenda cuartelera de “la Garita de la Vieja” fuera aún más creíble, por aquellos nuevos que se iban incorporando a filas.
Caso verídico:
El suboficial de guardia, escuchaba al fondo junto a los calabozos, una vez hecho el relevo de la misma, a los cabos, sorteando como de costumbre, los números entre los artilleros. Era una verdadera lotería, pues de ello suponía, que uno tuviese una buena guardia o una mala. La mayoría de los hombres, preferían determinadas garitas a otras, y por supuesto, no era lo mismo entrar de centinela a las once de la noche, que a las tres de la madrugada.
Se comentaba, que los cabos solían favorecer a los antiguos o veteranos, dejando los peores números para aquellos recién llegado, oseasé los guripas. Era tradición, y a pesar de que en muchas ocasiones el sorteo se hacía en presencia del suboficial, casi siempre salían favorecidos los abuelos. Era como el timo del trilero, pero en lugar de bolitas, eran pepeletas, y en vez de cubiletes se utilizaba la gorra del cabo. Todos iban metiendo la mano en ella, y sacando un papel, y como por arte de magia, los mejores números, eran para los que más mili acarreaban a sus espaldas.
Aquel día, la guardia estaba formada por un nutrido grupo de veteranos, y una minoría de novatos que hacían su primer servicio de armas.
Desde su despacho, el sargento de guardia, no paraba de mirar como un bisoño artillero de la guardia, no dejaba de pasearse nervioso, por las inmediaciones del lugar. Iba y venía intranquilo.
A la pregunta del porqué de su comportamiento, respondió que tenía el número 13. ¡Y qué! le contestó el suboficial, aunque ya suponía el motivo. El novato contó, que los antiguos habían estado relatando historias de espíritus, y fantasmas, asegurando que en la garita cinco, a eso de las cuatro de la madrugada, aparecía siempre una anciana que ofrecía café al soldado que allí se encuentra. Y que según su número, a él sería, al que le tocaría tan misteriosa visita.
Vamos muchacho, no hagas caso, de esos comentarios, que solo tratan de asustaros. Son viejos curtidos, que intentan asustar a los nuevos, con historias paranormales.
Es que yo soy muy supersticioso, mi sargento, y creo en esas cosas. Además el cabo me ha dicho que es verdad. Lógicamente, el cabo era del mismo llamamiento y reemplazo, además de amigo de aquellos aficionados, a contar tan macabras historias.
¡Cabo de guardia! gritó el sargento. Cuando se presentó este, le ordenó que los fogueados artilleros, dejaran de contar más “historias para no dormir” a los nuevos, y observando el estado de ansiedad del soldado, preguntó si alguien quería cambiarle el número, escuchando solo negativas como respuesta.
El sargento por un momento pensó en la historia, en aquella leyenda urbana o cuartelera, que iba pasando de reemplazo en reemplazo, y que nadie acertaba a decir, si algún día fue verdad.
Le llamaban la historia de la “Garita de la Vieja”, también llamada “Garita de la muerte”. Se comentaba que cuando un centinela hacía guardia en esa garita, tenía bastantes probabilidades de ser visitado por una anciana, que maternalmente le ofrecía café. Al parecer antaño, un artillero que vivía cerca del acuartelamiento, era visitado allí por su madre, las noches que estaba de guardia. Una noche, cuando fue a llevarle su café, se encontró al soldado muerto. Este se había suicidado de un tiro. Desde entonces, cada noche a la misma hora, que murió su hijo, acude a la garita a llevar café al centinela.
El sargento se encontraba en una disyuntiva importante, por un lado iba a mandar a un principiante a la famosa “garita de la muerte”, con la tensión y el acojonamiento, que este llevaba, pero si ordenaba cambiarle el número, no permitiría que este superara su miedo, permitiendo que sus compañeros se rieran de él. Al día siguiente sería la comidilla del cuartel, y quedaría como un cobarde a los ojos de todos.
Llegó el relevo de las tres de la mañana, solo se oía el ruido metálico de los subfusiles, y la voz del cabo formando a los entrantes de puesto, para dar novedades al sargento. Este se levantó de su asiento, y acercándose al grupo, comprobó como allí se encontraba el inexperto soldado, algo demacrado.
El cabo marchó realizando el recorrido habitual, en cada garita recogía al artillero saliente y dejaba al centinela entrante, después de recibir este, la consigna del puesto.
Cuando llegaron a la garita 5, se procedió al relevo, y el “agüelo” saliente, después de una sonrisita, le dijo al nuevo: Prepárate macho, que solo falta una hora. ¡Te vas a cagar, reclutón!
¿Sería verdad lo que los veteranos le habían contado, o era solo un cuento para asustarlo?
¿Porqué nadie quería esa garita? ¡La de la muerte! Pensó.
El cabo mandó guardar silencio, y continuó con el recorrido, dejando al novato centinela, solo en la oscuridad de la noche.
Este suspiraba hondo, la respiración entrecortada, las pulsaciones aceleradas, solo veía sombras por todos lados.
A las cuatro menos cinco, estuvo a punto de pulsar el botón del interfono, que comunicaba con el sargento, pidiendo ayuda, pero se contuvo. Cuando las campanadas de un reloj lejano, anunciaron que había llegado la hora, escuchó un ruido, a lo lejos vio una silueta extraña que se iba acercando.
Era ella, sin duda, una sombra deforme se movía a cierta distancia, mientras se escuchaba una voz de anciana que parecía decir: Traigo café calentito.
Después de frotarse los ojos, la estuvo observando durante varios minutos, sin duda era “la vieja”. Era cierto lo que contaban los veteranos. Luego, como por arte de magia, esta desapareció en una especie de nebulosa.
Ya no la volvió a ver más, hasta que una hora más tarde, a lo lejos escuchó los pasos del cabo con el relevo, como se aceraban a la garita.
Sin novedad en el puesto mi cabo, gritó tartamudeando el centinela .
El cabo, miró al novato artillero, y casi no le reconoció por la palidez de su rostro.
¿A que huele aquí soldado? No se cabo, seguramente a café de la abuela que me ha visitado. Los demás rieron ante la contestación del centinela.
El cabo agudizó su olfato y comprobó que el olor no era ni mucho menos a café, pero no le dio mayor importancia. Recogió al centinela, dejando allí al entrante, y notaba como camino de vuelta al Cuerpo de Guardia, el dichoso olor le acompañaba.
Cuando regresaron el sargento salió al encuentro, viendo como se acercaba el cabo tapándose la nariz. ¿Qué tal chaval, has visto a la vieja?, aún tenía el miedo metido en el cuerpo, y sin decir palabra, solo asintió con la cabeza.
Mientras el suboficial intentaba tranquilizar al novato, se oye una voz por el interfono:
Sargento de Guardia, aquí centinela de la garita nº 5.
El sargento contestó, dime ¿qué ocurre?
¿Podría usted enviar a alguien, para que limpie el pedazo de mierda que hay en la garita?, ¡aquí no hay quien pueda vigilar, con este olor nauseabundo!.
El sargento miró al muchacho que acababa de regresar de la garita, que al oír al compañero agachó la cabeza, avergonzado.
Por favor mi sargento, no se lo vaya usted a decir a nadie.
No, yo te prometo que no lo haré, pero el que ha llamado solicitando que limpien la boñiga que has dejado allí, no te quepa la menor duda de que lo hará. Anda coge los útiles de limpieza, y sin que nadie te vea, ve a limpiar la garita. ¡Y la quiero reluciente!. Cabo acompáñalo, no vaya a ser que vuelva la vieja.
Cuando ambos desaparecieron con el cubo y la fregona en la oscuridad, el sargento pensó en el poder de la mente, y en la inocencia de los nuevos incorporados! ¡Cómo cambian con el tiempo! ¡Y pensar que llegará un día no muy lejano, que el novato cagón este, se hará veterano, y le contará la misma historia a otros, para acojonarlos! ¡Así es la mili!
Aparte de servir para cachondeo de los compañeros, aquella cagada nocturna, también ayudó a que la leyenda cuartelera de “la Garita de la Vieja” fuera aún más creíble, por aquellos nuevos que se iban incorporando a filas.
8 comentarios:
Gracias, Antonio.
Más o menos, es lo que recordaba, pero con más detalles.
Un abrazo
Ernerto Abad, he intentado plasmar una anécdota verídica en una de mis guardias. Como se contaba muchas historias diferentes sobre la mencionada garita, no se si esta puede ajustarse a su leyenda original, lo que si puedo asegurarte, es que cuanto expreso en esta especie de relato es verdad.
Si sabeis alguna historia diferente, me gustaria conocerla. Pues sobre la garita de la muerte, se ha escrito mucho, y en cada Acuartelamiento existía una.
Me alegro que te haya gustado Ernesto. Un abrazo.
esa divertida anecdota, recuerdo haberla escuchado alguna vez....
no se si fue en la quinta garita, pero he estado haciendo cuentas y podria ser ahi, en la garita que daba a la parte trasera del raca 14, esa garita desde la que se veia la via del tren, recuerdo que hacia calor , era verano , y yo era lo que llamaban un padraco,y me toco hacer la guardia de las tres de la madrugada, era una noche calurosa, con poca luz ,y supongo que la sugestion, no tanto , de la historia que acabo de leer, como de la imaginacion y quien sabe de algo mas, hizo que viera el unico fantasma que he visto en mi vida, aparte de los habituales.
llevaba como media hora, bueno la situacion es facil de imaginar, me habian levantado del camastro de la prevencion, medio dormido me habia llevado a la garita el cabo de guardia a hacer el relevo y yo zeta al hombro cargadores preparados miraba por las mirillas de la garita haciendo guardia, como es obligado, y ....¡TATE|veo a la altura de la via del tren una sombra, una especie de espantapajaros,esto ultimo lo digo porque daba la impresion de que se balanceaba como movido por el viento, recuerdo que me parecio, aunque la veia muy gris, como vestida con un abrigo y un sombrero, no como una vieja al uso con pañuelo negro en la cabeza,me temo que me parecio tan real que llegue a coger el telefonillo y avisar al cuarto de guardia, aquel dia estaba de guardia un teniente de la plana del segundo grupo , un madrileño, no recuerdo su nombre , mala memoria la mia, pero si el de su pastor aleman, "rommel"el teniente respondio ordenandome estar muy atento, buen consejo el suyo, y yo termine la guardia contemplando esa especie de fantasgoria que no se iba por mas que miraba y me frotaba los ojos, en fin tengo buena vista , y mas para distancias largas , pero hoy en dia sigo pensando que la imaginacion y la noche calurosa me gasto una mala pasada
un saludo
Gracias José por tu interesante comentario. Yo creo que a todos a lo largo de nuestra vida militar, nos ha sucedido algo parecido. las noches acompañadas por la soledad, son muy propicias a fomentar la imaginación, y a confundir las cosas.
¡Ah! si observas la ultima fotografia, titulada "MANDOS DEL II GRUPO A PRINCIPIOS DE LOS 80" y la amplias, puedes observar a un teniente en la fila de abajo, exactamente el 6º por la izquierda. Se encuentra entre el teniente Ovejas y el sargento Varo, y justo debajo del capitán Palomar. lleva un mono azul debajo del chaquetón. ¿lo ves?. Pues ese es el teniente madrileño al que te refieres y que tenía un precioso pastor alemán que siempre le acompañaba. ¿Lo recuerdas ya? Yo compartí muchas maniobras y guardias con el. Era y seguirá siendo, un gran profesional. ¿Alguien puede ayudar a este viejo subteniente, cuya memoria le bandona por días,a recordar su nombre y el de su perro? ¡Son tantos años! Gracias.
Un saludo de tu amigo Antonio Lozano.
Llevo toda la tarde pensando Jose, y creo que el teniente se llama Martinez Rey ¿Puede ser?
Un saludo.
Lo que voy a contar es un caso verídico:
Cierta madrugada..., el centinela de una de las garitas, creo recordar por las que estaban los aparcamientos, dió la alarma por teléfono, diciendo que escuchaba pasos y gente correr entre los vehículos, el oficial de guardia dio la orden de que saliera un pelotón de la guardía (Entre ellos yo), y tras llegar al sitio....e impeccionar la zona, no vimos ni escuchamos nada, solo un centinela nervioso, y para colmo.. recluta.
Pues ahí no queda la cosa..., regresamos al Cuerpo de Guardía, y poco tiempo otra vez la alarma de la misma garita, esta vez.. el sargento de guardia con otro pelotón distinto, y al llegar a la zona.., al parecer escucharon ruidos, el Sargento ordenó montar los "Z", con tan mala suerte que que uno de la guardía que tenia al lado, se le disparó, dándole al Sargento en la pierna.
Quizás este suceso os suene, ya que el sargento tuvo graves problemas con la pierna.
Aprovecho la ocasión para felicitarte por este mágnifico Blog.
Un saludo a todos, y espero seguir entrando.
Ricardo, antes de nada darte las gracias por tu comentario, y por ser seguidor de este blog, que es tuyo tambien, como de todos los artilleros.
Posiblemente el sargento al que te refieres, es mi gran amigo Manuel Lesmes Hinojosa, y aquel hecho ocurrió a finales de los setenta, podría ser en el 76, 77, o 78.
Un saludo de Antonio Lozano
Hola Antonio, La verdad que este blog me tiene enganchado desde el otro día que lo descubrí. Estoy empezando a cogerle el tranquillo a esto de los blog, ya que no estoy muy puesto, pero aprenderé, merece la pena. Creo recordar que me presenté como Artillero del 77/3º, pues ayer precisamente mirando mi cartilla militar..., vi que era del 78/3º. Así que el accidente del Sargento Lesmes tuvo que ser sobre el 79. Pero es igual Antonio son demasiados años pasados, y las memorias empiezan a hacer de las suyas.
Saludos de Ricardo Carpio
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