¿QUIEN SE COMIO EL JAMON, SE BEBIÓ LOS CUBATAS, Y SE FUMÓ EL TABACO?
Corría el año 1983, cuando una Batería del RACA 14 se dispuso para realizar unos Ejercicios de Guerrillas por la sierra gaditana. El enemigo, lo componía una unidad de Operaciones Especiales (Boinas Verdes), cuya misión consistía en intentar apoderarse o volar con explosivos, algunos objetivos de vital importancia para las fuerzas propias, y dicha batería, sería la encargada de su defensa por pelotones.
Cuando llegaron a la zona de acampada, se dispusieron a montar las tiendas, pero el teniente reunió a los sargentos, y les transmitió las órdenes del capitán.
Les hizo entrega de un plano con varios círculos en rojo, una brújula, y una radio AMPRC 77, para mantener el enlace, mientras tanto, el capitán dialogaba con el brigada, a la vez que los artilleros encargados de montar la “Tienda de Mando”, esperaban a que se le indicase el lugar.
Cada sargento tomó su plano, lo orientó con ayuda de la brújula, comprobó el estado de las transmisiones, se colgó la mochila, tomó el subfusil, formó a su pelotón, le pasó revista de armamento a este, les informó de cuál sería su misión, y tomaron el camino.
A uno le tocó la custodia y vigilancia de un caserón abandonado, que simulando un polvorín debía defender. El objetivo de otro, era impedir que el enemigo volase, un enorme Transformador eléctrico que suministraba luz a varios pueblos de la zona, a otro sargento le tocó dar seguridad a una antigua ermita, en mitad de la nada, que simulaba un “Puesto de Mando”. A nuestro protagonista, se le asignó la misión de impedir que un importante puente, que servía de paso para tropas propias, fuese destruido por el enemigo, para evitar quedar aislados sin opción de avanzar.
Después de unas horas de dura marcha, llegaron al dichoso puente. Aquello estaba totalmente abandonado y desierto. El puente era viejo y estrecho, y se encontraba en unas condiciones deplorables, pero con dificultad permitiría el paso de vehículos ligeros, así como la infantería a pie, pero nunca los camiones, BMR, o carros de combate. Por debajo pasaba un arroyuelo, con el agua más sucia, que los pies de algunos artilleros que allí se encontraban.
-Charly, aquí Lima, ¿me recibe? Cambio.
- Adelante Lima, aquí Charly. Cambio.
- Comunico que hemos llegado a la zona X. Cambio.
- ¡Bien!, adopten posición defensiva, y a partir de ya, utilice la radio, solo en el caso de ser atacados, o para contestar a mis llamadas. Cambio.
- Enterado del mensaje. Cambio.
- Lima aquí Charly, cambio y corto.
Esa fue la última vez, que el joven suboficial oyó la voz del capitán. Su mensaje era claro: “silencio en las transmisiones, si no era para una emergencia, o para contestar a su llamada”.
El sargento ordenó pintarse la cara al más puro estilo “Rambo”, llamó a los cabos, se dieron una vuelta por los alrededores, y eligieron el lugar donde colocarían a los centinelas.
No se les dijo, cuánto duraría el ejercicio, por lo que imaginaban que el ataque, podía ser inminente.
Permanecieron alerta las primeras horas, y a las cuatro de la tarde, escucharon el ronroneo del viejo motor de un vehículo acercarse. Convencido de que se trataría del capitán, o en su defecto del teniente, se preparó para dar novedades.
¡Sorpresa! se trataba de un Land Rover con el cabo ranchero, que llegaba con la comida. ¡Bueno comida! Un recipiente, con arroz blanco algo pastoso y pegadillo, y un poco de fruta.
Los artilleros, corrieron hacia su bandeja metálica, que estaba llena de polvo, con lo que tuvieron que lavarla, con el agua que llevaban para su uso en las cantimploras. Le dijeron al ranchero, que a la noche los aprovisionara de agua potable, cuando les llevase la cena. Llegó la tarde, continuaba la vigilancia, y después el ocaso, la oscuridad.
La noche se echó encima, la cara de cansancio ya se reflejaba en algunos artilleros, que no comprendían a que esperaban los guerrilleros para iniciar el ataque.
El sargento a pesar de que la cena no llegaba, cumplió la orden, y no volvió a utilizar la radio. A las dos de la madrugada, apareció el deseado ranchero. Se había perdido y llevaba cuatro horas dando vueltas, con la sopa que se suponía salió caliente del campamento, junto con unas frías croquetas, y un vaso de leche.
El sargento se turno con los cabos, y ordenó que los libres de servicio, se metieran en sus sacos de dormir, para descansar. Era imposible conciliar el sueño. Primero los enormes mosquitos, y más tarde las ratas de agua que correteaban juguetonas por encima de los sacos, impedía que los hombres conciliasen el sueño. Por supuesto con ropa, trinchas, botas, y todo el equipo puesto, excepto las mochilas, que descansaban a su lado.
Amaneció, volvió a anochecer, se agotó el agua, la comida cada vez era más escasa y llegaba fría, pasaron calor, también frío por las noches, incluso uno de los días, les visitó un impresionante aguacero, con rayo y truenos incluidos. ¡En la sierra ya se sabe!. Al principio algunos soldados, se entretenían con las ratas, echándoles trozos de chusco duro. Al cabo de unos días, el pan duro se lo comían ellos. Hubo quien en un momento de desesperación gritó: ¡Estamos aquí en el puente!¡Queréis atacar de una puta vez! El sargento ordenó guardar silencio.
Cuando llegaron era lunes, y comprobó estaban a jueves por la tarde. Los primeros días, el suboficial exigía que cada uno cumpliera con su aseo personal, pero luego comprobó, que era más peligroso lavarse con el agua del riachuelo, que seguir comiditos de mierda.
La comida y el agua seguían llegando con cuentagotas, tarde, y fría. El cansancio hacía mella en la tropa, y hasta en el sargento, aunque la disciplina seguía intacta. A todo esto, la radio sin usar. ¡Una orden, es una orden!
La noche del jueves se montó la seguridad como cada jornada, y los libres de puesto, se dispusieron a descansar, cuando a lo lejos comenzaron a escucharse voces.
Todos saltaron de su saco, tomaron el armamento, y corrieron a ocupar el puesto que con anterioridad, les había asignado el sargento para caso de ataque, y camuflados entre la maleza, comprobaron como un grupo de personas, se acercaba voceando, y hablando de un modo extraño.
Nunca pensaron que el enemigo llegaría cantando, a no ser, que se equivocaran de lugar. El centinela les dio el alto, nadie obedeció, por lo que disparó con munición de fogueo. El disparo se oyó en el silencio del campo.
El que venía en cabeza, gritó ¡tomemos el puente! Sin hacer caso a los tiros que se oían como una ametralladora, y que de ser reales, no quedaría ni uno de los atacantes para contarlo. Pues era impropio de una unidad de élite, ese modo de actuar.
Uno de ellos, con una tiza, escribió en las paredes del puente “BOLADO”, así como se lee. El sargento con un cabreo imponente, estuvo a punto de gritarle: ¡Reclutón, volado es con V!
A todo esto, el cabo que iba al mando de los guerrilleros, pregunta con cierta chulería ¿quien manda aquí?
A lo que el sargento contesta: ¡Aquí mando yo! Y el cabo atacante, con voz casi inentendible, contesta: ¡Pues a partir de ahora, la autoridad soy yo!. ¡¡¡Tiren al sargento al rio!!!
Los guerrilleros hicieron ademán de dirigirse al sargento, en ese momento uno de sus soldados se interpuso para protegerle, lanzándose contra el “invasor”, recibiendo un culatazo de éste, que le rompió el labio. Fue en ese momento, cuando el sargento comprobó como sangraba su artillero, cuando tomó la palanca de su subfusil, la montó y dijo: - ¡Al primero que intente tocar a uno de mis hombres, le vacío el cargador, y mis balas no son de fogueo!.
¡Son muchas las ocasiones, en que recordando aquel día, el sargento se ha preguntado, si lo hubiese hecho!
El rostro desencajado del suboficial, y el sonido del cartucho entrando en la recámara del subfusil, fue suficiente para que por arte de magia, la borrachera colectiva desapareciera, y el alcohol ingerido, milagrosamente dejara de surtir efecto en la sangre de aquellos.
El sargento mirando en la oscuridad, a los ojos del cabo, aseguró: ¡aquí los que mandan, son mis güevos! No era su estilo, pero era consciente de que su prestigio estaba en juego, al igual que la seguridad de sus artilleros.
Solo se escuchó la voz del cabo ordenar a sus hombre ¡A formar mi pelotón!. Iniciando la retirada.
Todos los guerrilleros, corrieron a las inmediaciones del puente, y el más veterano formó a sus hombres.
El sargento abajo con los suyos, intentaba, enlazar con el capitán al otro lado de la radio, para informarle de lo ocurrido. Pero no había forma.
- A la orden mi cabo, forman 18 y conmigo 19.
- Vamos a ver Domínguez si de una puta vez, aprendes a sumar. Dirás 17 y contigo 18.
- No mi cabo, 18 y conmigo 19 aseguró el fornido “boina verde”.
- ¡Cojones!, ¿nos aclaramos o no?, ¿hay en formación alguno que no sea de mi pelotón? Preguntó el cabo.
Silencio sepulcral.
- ¿Hay alguno que no sea guerrillero?
Se levanta una mano temblorosa, y un artillero de pequeña estatura al fondo de la formación, contesta:
- Yo mi cabo, soy artillero.
- Anda, corre con tu sargento, antes de que este nos pegue un tiro.
Y todos, guerrilleros sobre el puente, y artilleros a pie de agua rieron, mientras el novato artillero intentaba abandonar la formación bajo una lluvia de boinazos. Este corrió cuesta abajo, buscando refugio entre los suyos. Bueno, todos rieron, menos el del labio “partió”, que era felicitado por el sargento, por su leal comportamiento.
Cuando el suboficial estableció enlace por radio con el capitán, se le ordenó que tomara el equipo, y que siguiera el rastro de los atacantes, que le fuera informando, y que una sección les cortaría el paso. Así se hizo, y al final ganamos los buenos, ¡el enemigo fue capturado y desarmado!, ¡menos mal, que por entonces, aun no existían los controles de alcoholemia!
Todo esto sin contar por falta de espacio, que en plena oscuridad, se metieron en una zona de toros, y más de uno terminó sobre un árbol. Que algunos miembros del pelotón del famoso puente, durante muchos días, se fueron de bareta, acompañados por una gastroenteritis galopante, debido al agua consumida, con la pérdida de casi ocho kilos de peso.
La misión se había cumplido, el enemigo había sido atrapado. El sargento felicitó a sus hombres, por el hambre, calor, frío, sueño, y un montón de penurias sufridas.
Decir que era costumbre por aquella época, que se comprara jamón, queso, embutidos varios, cervezas, tabaco, y algo de ron o ginebra (en aquellos tiempos, aun no estaba prohibido el consumo moderado de alcohol), para tomarse en la tienda de mandos por estos. Este era consumido en aquellos ratos de descanso y reuniones, y luego una vez terminadas las maniobras, se dividía lo gastado entre el número de oficiales y suboficiales, y se pagaba a partes iguales. Desde el capitán al último sargento. Daba igual que alguno fuera abstemio, o no fumara, o que por su cargo permaneciese todo el día en el campamento, mientras otros no paraban de realizar agotadoras marchas que ocupaban gran parte del día y de la noche, la púa siempre era equitativa.
El sargento del puente, como los demás sargentos desplegados por diferentes puntos, y que la pasaron igual de canutas, comiendo lo que le iba llegando, y bebiendo solo agua y en ocasiones de dudosa potabilidad, recibieron una nota por el brigada administrativo, que decía lo siguiente: “En concepto de gastos de imperio, durante cinco días, le corresponde el pago de 7.500 pesetas, firmado el capitán”. ¡Peros si su sueldo, no superaba las 25.0000 ptas. al mes! El sargento no se lo podía creer, ¡si había estado a pan y agua! sería una broma. Pero no, aquello iba en serio, y abonó la cantidad sin rechistar. Eran otros tiempos, y cualquiera sacaba los pies del tiesto.
En fin, ahora solo es una anécdota, y alguno al leer esto, sonreirá al sentirse aludido, recordando todo, con un hilo de nostalgia, al igual que el sargento, pero con un ligero sabor a jamón, queso viejo, cubata y tabaco rubio americano en la boca. ¡¡¡¡Estás perdonado!!!!!
Corría el año 1983, cuando una Batería del RACA 14 se dispuso para realizar unos Ejercicios de Guerrillas por la sierra gaditana. El enemigo, lo componía una unidad de Operaciones Especiales (Boinas Verdes), cuya misión consistía en intentar apoderarse o volar con explosivos, algunos objetivos de vital importancia para las fuerzas propias, y dicha batería, sería la encargada de su defensa por pelotones.
Cuando llegaron a la zona de acampada, se dispusieron a montar las tiendas, pero el teniente reunió a los sargentos, y les transmitió las órdenes del capitán.
Les hizo entrega de un plano con varios círculos en rojo, una brújula, y una radio AMPRC 77, para mantener el enlace, mientras tanto, el capitán dialogaba con el brigada, a la vez que los artilleros encargados de montar la “Tienda de Mando”, esperaban a que se le indicase el lugar.
Cada sargento tomó su plano, lo orientó con ayuda de la brújula, comprobó el estado de las transmisiones, se colgó la mochila, tomó el subfusil, formó a su pelotón, le pasó revista de armamento a este, les informó de cuál sería su misión, y tomaron el camino.
A uno le tocó la custodia y vigilancia de un caserón abandonado, que simulando un polvorín debía defender. El objetivo de otro, era impedir que el enemigo volase, un enorme Transformador eléctrico que suministraba luz a varios pueblos de la zona, a otro sargento le tocó dar seguridad a una antigua ermita, en mitad de la nada, que simulaba un “Puesto de Mando”. A nuestro protagonista, se le asignó la misión de impedir que un importante puente, que servía de paso para tropas propias, fuese destruido por el enemigo, para evitar quedar aislados sin opción de avanzar.
Después de unas horas de dura marcha, llegaron al dichoso puente. Aquello estaba totalmente abandonado y desierto. El puente era viejo y estrecho, y se encontraba en unas condiciones deplorables, pero con dificultad permitiría el paso de vehículos ligeros, así como la infantería a pie, pero nunca los camiones, BMR, o carros de combate. Por debajo pasaba un arroyuelo, con el agua más sucia, que los pies de algunos artilleros que allí se encontraban.
-Charly, aquí Lima, ¿me recibe? Cambio.
- Adelante Lima, aquí Charly. Cambio.
- Comunico que hemos llegado a la zona X. Cambio.
- ¡Bien!, adopten posición defensiva, y a partir de ya, utilice la radio, solo en el caso de ser atacados, o para contestar a mis llamadas. Cambio.
- Enterado del mensaje. Cambio.
- Lima aquí Charly, cambio y corto.
Esa fue la última vez, que el joven suboficial oyó la voz del capitán. Su mensaje era claro: “silencio en las transmisiones, si no era para una emergencia, o para contestar a su llamada”.
El sargento ordenó pintarse la cara al más puro estilo “Rambo”, llamó a los cabos, se dieron una vuelta por los alrededores, y eligieron el lugar donde colocarían a los centinelas.
No se les dijo, cuánto duraría el ejercicio, por lo que imaginaban que el ataque, podía ser inminente.
Permanecieron alerta las primeras horas, y a las cuatro de la tarde, escucharon el ronroneo del viejo motor de un vehículo acercarse. Convencido de que se trataría del capitán, o en su defecto del teniente, se preparó para dar novedades.
¡Sorpresa! se trataba de un Land Rover con el cabo ranchero, que llegaba con la comida. ¡Bueno comida! Un recipiente, con arroz blanco algo pastoso y pegadillo, y un poco de fruta.
Los artilleros, corrieron hacia su bandeja metálica, que estaba llena de polvo, con lo que tuvieron que lavarla, con el agua que llevaban para su uso en las cantimploras. Le dijeron al ranchero, que a la noche los aprovisionara de agua potable, cuando les llevase la cena. Llegó la tarde, continuaba la vigilancia, y después el ocaso, la oscuridad.
La noche se echó encima, la cara de cansancio ya se reflejaba en algunos artilleros, que no comprendían a que esperaban los guerrilleros para iniciar el ataque.
El sargento a pesar de que la cena no llegaba, cumplió la orden, y no volvió a utilizar la radio. A las dos de la madrugada, apareció el deseado ranchero. Se había perdido y llevaba cuatro horas dando vueltas, con la sopa que se suponía salió caliente del campamento, junto con unas frías croquetas, y un vaso de leche.
El sargento se turno con los cabos, y ordenó que los libres de servicio, se metieran en sus sacos de dormir, para descansar. Era imposible conciliar el sueño. Primero los enormes mosquitos, y más tarde las ratas de agua que correteaban juguetonas por encima de los sacos, impedía que los hombres conciliasen el sueño. Por supuesto con ropa, trinchas, botas, y todo el equipo puesto, excepto las mochilas, que descansaban a su lado.
Amaneció, volvió a anochecer, se agotó el agua, la comida cada vez era más escasa y llegaba fría, pasaron calor, también frío por las noches, incluso uno de los días, les visitó un impresionante aguacero, con rayo y truenos incluidos. ¡En la sierra ya se sabe!. Al principio algunos soldados, se entretenían con las ratas, echándoles trozos de chusco duro. Al cabo de unos días, el pan duro se lo comían ellos. Hubo quien en un momento de desesperación gritó: ¡Estamos aquí en el puente!¡Queréis atacar de una puta vez! El sargento ordenó guardar silencio.
Cuando llegaron era lunes, y comprobó estaban a jueves por la tarde. Los primeros días, el suboficial exigía que cada uno cumpliera con su aseo personal, pero luego comprobó, que era más peligroso lavarse con el agua del riachuelo, que seguir comiditos de mierda.
La comida y el agua seguían llegando con cuentagotas, tarde, y fría. El cansancio hacía mella en la tropa, y hasta en el sargento, aunque la disciplina seguía intacta. A todo esto, la radio sin usar. ¡Una orden, es una orden!
La noche del jueves se montó la seguridad como cada jornada, y los libres de puesto, se dispusieron a descansar, cuando a lo lejos comenzaron a escucharse voces.
Todos saltaron de su saco, tomaron el armamento, y corrieron a ocupar el puesto que con anterioridad, les había asignado el sargento para caso de ataque, y camuflados entre la maleza, comprobaron como un grupo de personas, se acercaba voceando, y hablando de un modo extraño.
Nunca pensaron que el enemigo llegaría cantando, a no ser, que se equivocaran de lugar. El centinela les dio el alto, nadie obedeció, por lo que disparó con munición de fogueo. El disparo se oyó en el silencio del campo.
El que venía en cabeza, gritó ¡tomemos el puente! Sin hacer caso a los tiros que se oían como una ametralladora, y que de ser reales, no quedaría ni uno de los atacantes para contarlo. Pues era impropio de una unidad de élite, ese modo de actuar.
Uno de ellos, con una tiza, escribió en las paredes del puente “BOLADO”, así como se lee. El sargento con un cabreo imponente, estuvo a punto de gritarle: ¡Reclutón, volado es con V!
A todo esto, el cabo que iba al mando de los guerrilleros, pregunta con cierta chulería ¿quien manda aquí?
A lo que el sargento contesta: ¡Aquí mando yo! Y el cabo atacante, con voz casi inentendible, contesta: ¡Pues a partir de ahora, la autoridad soy yo!. ¡¡¡Tiren al sargento al rio!!!
Los guerrilleros hicieron ademán de dirigirse al sargento, en ese momento uno de sus soldados se interpuso para protegerle, lanzándose contra el “invasor”, recibiendo un culatazo de éste, que le rompió el labio. Fue en ese momento, cuando el sargento comprobó como sangraba su artillero, cuando tomó la palanca de su subfusil, la montó y dijo: - ¡Al primero que intente tocar a uno de mis hombres, le vacío el cargador, y mis balas no son de fogueo!.
¡Son muchas las ocasiones, en que recordando aquel día, el sargento se ha preguntado, si lo hubiese hecho!
El rostro desencajado del suboficial, y el sonido del cartucho entrando en la recámara del subfusil, fue suficiente para que por arte de magia, la borrachera colectiva desapareciera, y el alcohol ingerido, milagrosamente dejara de surtir efecto en la sangre de aquellos.
El sargento mirando en la oscuridad, a los ojos del cabo, aseguró: ¡aquí los que mandan, son mis güevos! No era su estilo, pero era consciente de que su prestigio estaba en juego, al igual que la seguridad de sus artilleros.
Solo se escuchó la voz del cabo ordenar a sus hombre ¡A formar mi pelotón!. Iniciando la retirada.
Todos los guerrilleros, corrieron a las inmediaciones del puente, y el más veterano formó a sus hombres.
El sargento abajo con los suyos, intentaba, enlazar con el capitán al otro lado de la radio, para informarle de lo ocurrido. Pero no había forma.
- A la orden mi cabo, forman 18 y conmigo 19.
- Vamos a ver Domínguez si de una puta vez, aprendes a sumar. Dirás 17 y contigo 18.
- No mi cabo, 18 y conmigo 19 aseguró el fornido “boina verde”.
- ¡Cojones!, ¿nos aclaramos o no?, ¿hay en formación alguno que no sea de mi pelotón? Preguntó el cabo.
Silencio sepulcral.
- ¿Hay alguno que no sea guerrillero?
Se levanta una mano temblorosa, y un artillero de pequeña estatura al fondo de la formación, contesta:
- Yo mi cabo, soy artillero.
- Anda, corre con tu sargento, antes de que este nos pegue un tiro.
Y todos, guerrilleros sobre el puente, y artilleros a pie de agua rieron, mientras el novato artillero intentaba abandonar la formación bajo una lluvia de boinazos. Este corrió cuesta abajo, buscando refugio entre los suyos. Bueno, todos rieron, menos el del labio “partió”, que era felicitado por el sargento, por su leal comportamiento.
Cuando el suboficial estableció enlace por radio con el capitán, se le ordenó que tomara el equipo, y que siguiera el rastro de los atacantes, que le fuera informando, y que una sección les cortaría el paso. Así se hizo, y al final ganamos los buenos, ¡el enemigo fue capturado y desarmado!, ¡menos mal, que por entonces, aun no existían los controles de alcoholemia!
Todo esto sin contar por falta de espacio, que en plena oscuridad, se metieron en una zona de toros, y más de uno terminó sobre un árbol. Que algunos miembros del pelotón del famoso puente, durante muchos días, se fueron de bareta, acompañados por una gastroenteritis galopante, debido al agua consumida, con la pérdida de casi ocho kilos de peso.
La misión se había cumplido, el enemigo había sido atrapado. El sargento felicitó a sus hombres, por el hambre, calor, frío, sueño, y un montón de penurias sufridas.
Decir que era costumbre por aquella época, que se comprara jamón, queso, embutidos varios, cervezas, tabaco, y algo de ron o ginebra (en aquellos tiempos, aun no estaba prohibido el consumo moderado de alcohol), para tomarse en la tienda de mandos por estos. Este era consumido en aquellos ratos de descanso y reuniones, y luego una vez terminadas las maniobras, se dividía lo gastado entre el número de oficiales y suboficiales, y se pagaba a partes iguales. Desde el capitán al último sargento. Daba igual que alguno fuera abstemio, o no fumara, o que por su cargo permaneciese todo el día en el campamento, mientras otros no paraban de realizar agotadoras marchas que ocupaban gran parte del día y de la noche, la púa siempre era equitativa.
El sargento del puente, como los demás sargentos desplegados por diferentes puntos, y que la pasaron igual de canutas, comiendo lo que le iba llegando, y bebiendo solo agua y en ocasiones de dudosa potabilidad, recibieron una nota por el brigada administrativo, que decía lo siguiente: “En concepto de gastos de imperio, durante cinco días, le corresponde el pago de 7.500 pesetas, firmado el capitán”. ¡Peros si su sueldo, no superaba las 25.0000 ptas. al mes! El sargento no se lo podía creer, ¡si había estado a pan y agua! sería una broma. Pero no, aquello iba en serio, y abonó la cantidad sin rechistar. Eran otros tiempos, y cualquiera sacaba los pies del tiesto.
En fin, ahora solo es una anécdota, y alguno al leer esto, sonreirá al sentirse aludido, recordando todo, con un hilo de nostalgia, al igual que el sargento, pero con un ligero sabor a jamón, queso viejo, cubata y tabaco rubio americano en la boca. ¡¡¡¡Estás perdonado!!!!!
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