
Aún recuerdo la sensación de desencanto cuando llegué al RACA 14 en agosto del 79, y me encontré con aquellas vetustas piezas ATP M-44. El alma se me cayó al verlas, después de haber realizado en Fuencarral durante un año, el curso de Jefe de Pieza ATP con el M-109 A-1
¡Quien me diría en aquel momento, que dos años más tarde, lloraría como un niño, al entregarlas al RACA 13 de Melilla.
Recuerdo el olor intenso a gasolina que despedía sus motores, los petardazos que tronaban por esos tubos de escape, aquellas pesadas rejillas que tapaban los viejos carburadores, que mis queridos y recordados amigos Damas y Diego (unos monstruos de especialistas en mecánica), y Sosa Benítez (armero), mantenían a punto, para que aquellos enormes artilugios de hierro, siguieran funcionando, a pesar de las batallas ya superadas.
Cada mañana antes del mantenimiento, era difícil encontrar una pieza ATP, que arrancase por sí sola. La primera frase del sargento a sus soldados solía ser: ¡“Artilleros el biberón”!. Entonces cogían la “manguera”, y tomábamos la corriente, de aquella que había tenido la suerte de arrancar, después de infinitos intentos, y de casi agotar la batería. Así una a una, conseguíamos que el Grupo tronase como si de varios Regimientos se tratase. El ruido era ensordecedor y la humareda irrespirable, pero eran nuestras queridas piezas, nuestras “niñas” a las que cuidábamos y mimábamos. Estas habían llegado a principios de 1976, procedentes del ATP XI para sustituir, a las remolcadas del mismo calibre (155/23).
Se comentaba que llegaron a España procedente de EE.UU. aproximadamente en 1957, y que habían sido fabricadas durante la II Guerra Mundial, participando en ella.
Como curiosidad mencionar que su parte delantera, es decir donde iba alojado el motor, correspondía a la parte trasera del viejo Carro de Combate M-41. El armamento estaba situado en una estructura acorazada abierta por arriba, en la cual se alojaban los 5 sirvientes del arma, así como un obús del calibre 155/23 mm.
Corría finales del año de 1980, cuando marchamos a realizar ejercicios con nuestras piezas ATP de entonces, las mencionadas M-44. Solíamos ir a la zona de Las Canteras (Alcalá de Guadaira), justo en los terrenos del antiguo y desaparecido Batallón de Carros del Soria 9.
A la vuelta después de un día de intenso trabajo, la columna marchaba sin novedad. La Plana Mayor en cabeza con vehículos de ruedas (no teníamos TOA,s), y después la 4ª y 5ª Batería (no existía aun la 6ª Batería), cerrando la marcha la Bía de Servicios. , con aquellos fenómenos mecánicos, siempre atentos a cualquier posible avería.
Yo pertenecía a la 5ª Batería y mandaba la pieza roja (cada una tenía un circulito de un color determinado). Por aquella fecha estaba al mando el Capitán Palomar Millán, siendo el Jefe de la Línea de Piezas el Tte. Landín Fraga. Veía como delante circulaban las piezas de la 4ª Bía. que mandaba creo recordar el Capitán Peña Jaraiz. En un momento dado, y entre el atronador ruido de los motores, y el humo que estos despedían, observo extrañado como una pieza de la 4ª se sale de la carretera, y gira bruscamente hacia la derecha, metiéndose entre el sembrado, caminos, veredas, riachuelos, y atravesando todo lo que se le ponía por delante. Mis ojos no daban crédito a lo que veía, ¿que estaba sucediendo?
La columna siguió avanzando lentamente, para evitar un posible accidente con frenadas bruscas, aunque nuestra vista seguía fija, en aquella desbocada pieza que corría cada vez a mayor velocidad. Pero cuando llegué al punto donde se salió de la carretera, compruebo como en mitad de la calzada, se encuentra una cadena con un eslabón partido, y fue cuando comprendí lo ocurrido.
En ese instante observo como la inmensa mole de hierro de 28,5 toneladas, con el jefe de Pieza y los cinco sirvientes dentro, sigue sin control, ya que al no tener cadena derecha, esta giró inesperadamente hacia dicho lado, y el conductor agustiado por la inesperada situación, se veía impotente para detenerla. ¡Horror! Iban directamente hacia un gran poste metálico de corriente de alto voltaje. ¡Dios mio, pensé, se van a electrocutar todos!. Si chocan contra el, morirán achicharrados. La pieza iba dando bandazos y saltando sobre el irregular terreno.
Se escuchaban voces, gritos, se observaba como los artilleros se caían de sus asientos, y cada vez más cerca del maldito poste de electricidad. El resto de la columna del Grupo, se detuvo esperando un milagro, pues el impacto era inminente. En el último instante, el conductor consiguió dar un giro brusco al volante, que parecía un manillar de bicicleta, consiguiendo evitar el mortal choque contra el poste metálico de corriente electrica, pero no pudo impedir que se estrellase contra un gran poste de teléfono, que se encontraba a escasos metros del otro, y que era de madera. El poste se partió en dos, y cayó sobre la pieza, los artilleros quedaron enrollados entre sus cables con la incertidumbre de si estos portaban corriente. Otros como consecuencia del impacto saltaron por los aires cayendo fuera del ATP (recuerdo que el M-44 era descapotable permanente), es decir no tenía techo.
Y allí estaba mi amigo el sargento el cordobés Rafael Cabello García, Jefe de la pieza, haciendo intentos por sujetarse la peluca con una mano, aunque no pudo evitar que esta como consecuencia de los botes y del choque, se diera la vuelta quedando del revés. se escuchaba su voz, ordenando a sus artilleros ¡Vamos fuera, fuera, sin tocar un cable! Pensando que estos eran de alto voltaje. Cada uno saltaba por donde podía, y el último en bajar fue el sargento, que haciendo gala de una gran profesionalidad, no abandonó la pieza, hasta que el último artillero no se encontró a salvo. Por fortuna todo acabó con una pequeña fractura de brazo, y muchas pero leves magulladuras. Todos lo pudieron contar. Aun recuerdo a mi amigo Rafael, cuando vio acercarse al jefe de la Batería, y antes de dar novedades, comprobó que ninguno tenía heridas de gravedad, se sacudió el polvo del uniforme, se colocó correctamente el peluquín, buscó una gorra de las muchas que había esparcidas por el suelo, se la puso y gritó: ¡“Sin novedad mi capitán”!
Aun se escuchaba los quejidos de algunos dolidos artilleros, que sentados en la hierba, se observaban incrédulos, sin explicarse como después de lo ocurrido seguían vivos.
Antonio Lozano Herrera
¡Quien me diría en aquel momento, que dos años más tarde, lloraría como un niño, al entregarlas al RACA 13 de Melilla.
Recuerdo el olor intenso a gasolina que despedía sus motores, los petardazos que tronaban por esos tubos de escape, aquellas pesadas rejillas que tapaban los viejos carburadores, que mis queridos y recordados amigos Damas y Diego (unos monstruos de especialistas en mecánica), y Sosa Benítez (armero), mantenían a punto, para que aquellos enormes artilugios de hierro, siguieran funcionando, a pesar de las batallas ya superadas.
Cada mañana antes del mantenimiento, era difícil encontrar una pieza ATP, que arrancase por sí sola. La primera frase del sargento a sus soldados solía ser: ¡“Artilleros el biberón”!. Entonces cogían la “manguera”, y tomábamos la corriente, de aquella que había tenido la suerte de arrancar, después de infinitos intentos, y de casi agotar la batería. Así una a una, conseguíamos que el Grupo tronase como si de varios Regimientos se tratase. El ruido era ensordecedor y la humareda irrespirable, pero eran nuestras queridas piezas, nuestras “niñas” a las que cuidábamos y mimábamos. Estas habían llegado a principios de 1976, procedentes del ATP XI para sustituir, a las remolcadas del mismo calibre (155/23).
Se comentaba que llegaron a España procedente de EE.UU. aproximadamente en 1957, y que habían sido fabricadas durante la II Guerra Mundial, participando en ella.
Como curiosidad mencionar que su parte delantera, es decir donde iba alojado el motor, correspondía a la parte trasera del viejo Carro de Combate M-41. El armamento estaba situado en una estructura acorazada abierta por arriba, en la cual se alojaban los 5 sirvientes del arma, así como un obús del calibre 155/23 mm.
Corría finales del año de 1980, cuando marchamos a realizar ejercicios con nuestras piezas ATP de entonces, las mencionadas M-44. Solíamos ir a la zona de Las Canteras (Alcalá de Guadaira), justo en los terrenos del antiguo y desaparecido Batallón de Carros del Soria 9.
A la vuelta después de un día de intenso trabajo, la columna marchaba sin novedad. La Plana Mayor en cabeza con vehículos de ruedas (no teníamos TOA,s), y después la 4ª y 5ª Batería (no existía aun la 6ª Batería), cerrando la marcha la Bía de Servicios. , con aquellos fenómenos mecánicos, siempre atentos a cualquier posible avería.
Yo pertenecía a la 5ª Batería y mandaba la pieza roja (cada una tenía un circulito de un color determinado). Por aquella fecha estaba al mando el Capitán Palomar Millán, siendo el Jefe de la Línea de Piezas el Tte. Landín Fraga. Veía como delante circulaban las piezas de la 4ª Bía. que mandaba creo recordar el Capitán Peña Jaraiz. En un momento dado, y entre el atronador ruido de los motores, y el humo que estos despedían, observo extrañado como una pieza de la 4ª se sale de la carretera, y gira bruscamente hacia la derecha, metiéndose entre el sembrado, caminos, veredas, riachuelos, y atravesando todo lo que se le ponía por delante. Mis ojos no daban crédito a lo que veía, ¿que estaba sucediendo?
La columna siguió avanzando lentamente, para evitar un posible accidente con frenadas bruscas, aunque nuestra vista seguía fija, en aquella desbocada pieza que corría cada vez a mayor velocidad. Pero cuando llegué al punto donde se salió de la carretera, compruebo como en mitad de la calzada, se encuentra una cadena con un eslabón partido, y fue cuando comprendí lo ocurrido.
En ese instante observo como la inmensa mole de hierro de 28,5 toneladas, con el jefe de Pieza y los cinco sirvientes dentro, sigue sin control, ya que al no tener cadena derecha, esta giró inesperadamente hacia dicho lado, y el conductor agustiado por la inesperada situación, se veía impotente para detenerla. ¡Horror! Iban directamente hacia un gran poste metálico de corriente de alto voltaje. ¡Dios mio, pensé, se van a electrocutar todos!. Si chocan contra el, morirán achicharrados. La pieza iba dando bandazos y saltando sobre el irregular terreno.
Se escuchaban voces, gritos, se observaba como los artilleros se caían de sus asientos, y cada vez más cerca del maldito poste de electricidad. El resto de la columna del Grupo, se detuvo esperando un milagro, pues el impacto era inminente. En el último instante, el conductor consiguió dar un giro brusco al volante, que parecía un manillar de bicicleta, consiguiendo evitar el mortal choque contra el poste metálico de corriente electrica, pero no pudo impedir que se estrellase contra un gran poste de teléfono, que se encontraba a escasos metros del otro, y que era de madera. El poste se partió en dos, y cayó sobre la pieza, los artilleros quedaron enrollados entre sus cables con la incertidumbre de si estos portaban corriente. Otros como consecuencia del impacto saltaron por los aires cayendo fuera del ATP (recuerdo que el M-44 era descapotable permanente), es decir no tenía techo.
Y allí estaba mi amigo el sargento el cordobés Rafael Cabello García, Jefe de la pieza, haciendo intentos por sujetarse la peluca con una mano, aunque no pudo evitar que esta como consecuencia de los botes y del choque, se diera la vuelta quedando del revés. se escuchaba su voz, ordenando a sus artilleros ¡Vamos fuera, fuera, sin tocar un cable! Pensando que estos eran de alto voltaje. Cada uno saltaba por donde podía, y el último en bajar fue el sargento, que haciendo gala de una gran profesionalidad, no abandonó la pieza, hasta que el último artillero no se encontró a salvo. Por fortuna todo acabó con una pequeña fractura de brazo, y muchas pero leves magulladuras. Todos lo pudieron contar. Aun recuerdo a mi amigo Rafael, cuando vio acercarse al jefe de la Batería, y antes de dar novedades, comprobó que ninguno tenía heridas de gravedad, se sacudió el polvo del uniforme, se colocó correctamente el peluquín, buscó una gorra de las muchas que había esparcidas por el suelo, se la puso y gritó: ¡“Sin novedad mi capitán”!
Aun se escuchaba los quejidos de algunos dolidos artilleros, que sentados en la hierba, se observaban incrédulos, sin explicarse como después de lo ocurrido seguían vivos.
Antonio Lozano Herrera
Magnífico este artículo tuyo, Antonio. Me has hecho recordar la "lucha" permanente con las viejas piezas M 44.
ResponderEliminarCte. Fernando Barón
Gracias mi comandante, lo he escrito pensando en mis "niñas M-44", en aquellos tiempos tan añorados, y en mi gran amigo Rafael Cabello García, que en aquel momento pasaba por un mal momento, debido al cual llegó a perder el pelo. Afortunadamente con el tiempo lo volvió a recuperar, aunque por unos largos meses tuvo que llevar el dichoso peluquín.
ResponderEliminarUn saludo.
¡Madre mía!,... Menuda experiencia,...Muy bien descrito mi "Sargento".
ResponderEliminarExpresiones por los pelos varias.
Estupendo, bunisimo el articul, esto nos lo conto el sgto Cabello en la pieza verde 4ª BIA, que el mandaba como anecdota recien llegados los m 109 y yo año 81.
ResponderEliminarHola¡ Sabia usted si el sargento Rafael tenía hijos, y si vive todavía¿ GRACIAS
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