Imagen de una vieja taberna, parecida a la de mi "amigo" el camarero pesado
Es costumbre en la opinión popular, pensar que el objetivo de todo militar debe ser el ascenso. En pocas profesiones, salvo en grandes empresas y a cambio de una competitividad agresiva, se da tanta importancia a ir acumulando galones y estrellas, como en el caso de los que visten de caqui. Son muchas las veces que me acuerdo de mi padre, un hombre conformista que empezó como administrativo en una conocida bodega cordobesa, y se jubiló de administrativo, sin que nadie a lo largo de su vida, le preguntara si había ascendido o no. Nunca se sintió frustrado, por acabar su vida laboral, con la misma categoría profesional que la empezó.
Este preámbulo, viene a colación de una anécdota, que me sucedió allá por principios de los ochenta, y que duró hasta bien entrado los noventas, cuando la paciencia alcanzó su límite, y tuve que colocar en su lugar a cierto personaje.
Recuerdo que cuando al salir de sargento en el 79, con apenas 21 años, cada ocasión que teníamos mi esposa y yo, la aprovechábamos para visitar a la familia desplazándonos desde Sevilla a Córdoba en tren, ya que por aquel entonces aun no tenía coche, ni poder adquisitivo para comprarlo.
Durante esos días de permiso o fin de semana, solía esperar a mi padre, a que llegara del trabajo en el autobús de las catorce quince, en un bar próximo a su domicilio, para tomar una caña de cerveza antes de comer.
El camarero (omito el nombre por respeto, y porque ya falleció hace algunos años), cada vez que me veía, solía preguntarme con cierto toque de ironía y cachondeíto delante de la clientela, si había ascendido ya, cuando apenas si llevaba dos años de sargento. Yo le contestaba que no, que la cosa no era tan fácil, y que tampoco me obsesionaba el ascenso, cuando lo que primaba, era mi destino en el RACA 14, y mi familia.
Pasaron los años, y cada vez que iba a dicho bar, me hacía la misma pregunta, hasta que un día de julio del 87, le dije que ya era sargento 1º, su contestación fue: ¡Ocho años para eso! Yo guardé silencio.
Más tarde en el 92, a una de sus idénticas preguntas, le contesté que ya era brigada, y me contestó, que con mi edad los había ya comandantes. Yo seguía guardando silencio.
Marché a Bosnia en el 94, y a la vuelta, me atacó con la misma interrogante: ¿Qué eres ya Lozano? ¿Ya serás capitán? ¿No?
Yo le dije, que seguía siendo brigada, a lo que delante de mi padre me contestó: ¿Ni por méritos de “guerra” asciendes? ¡Ya debes de ser torpe!
En aquel momento, y con algunos tertulianos pendientes de nuestra conversación, le dije algo así:
Mira chaval (a pesar de que pasaba de los cincuenta, y peinaba canas, además de una prominente calva), ya me tienes un porquito "jarto". Cuando te conocí, yo era casi un niño, me fui voluntario al Servicio Militar de Recluta, juré Bandera y fui Soldado, luego ascendí a Cabo, más tarde a Cabo 1º (¡de los de entonces!), ingresé en la Academia de Suboficiales, y después de tres años de duras prácticas e intensos estudios, y sin que nadie me regalara nada, conseguí mis galones de Sargento, luego con la experiencia ascendí a Sargento 1º, y posteriormente a Brigada, y acabo de volver después de siete meses, de la guerra de los Balcanes de Casco Azul, intentando llevar la paz a un pueblo que sufre, y realizando labores de Ayuda Humanitaria a los necesitados, niños, mujeres, y ancianos.
Tu sin embargo, cuando te conocí hace casi treinta años, despachaba vino y cerveza, desde detrás de la misma vieja barra donde la sirves ahora. Vestías el mismo sucio delantal, barrías el local, con parecida escoba a la que lo haces en la actualidad, con la diferencia, que mientras yo instruyo diariamente a cuarenta hombres, que trabajan con ilusión, y me hacen sentir realizado, tú tienes que aguantar cada noche a cuarenta borrachos, hasta que te marchas a casa malhumorado, y creo que no muy satisfecho.
Pero a pesar de todo, siempre te he respetado, no poniendo nunca en duda tu capacidad e inteligencia, y suponiendo que si no prosperabas, no era por motivos de torpeza, ni porque fueses un inútil, sino porque era lo mejor y más cómodo para ti y tu familia. Nunca te he preguntado, porqué a pesar de los años, no has llegado a jefe, ni siquiera a encargado, ni porqué no eras capaz de poner un negocio propio, o porqué seguías limpiando mesas día tras día, mes tras mes, año tras año.
Así que ya sabes, si quieres saber lo que soy, y para que no tengas que seguir preguntando cuantas estrellas llevo, te diré que soy militar y punto. ¡Te queda claro!
Creo que ese día, mi padre se sintió orgulloso de mí, y me gané el respeto de algunos clientes y vecinos. Nunca más se le oyó preguntar a aquel camarero de tasca, por mi posible ascenso.
Anécdotas tarbernarias y cuarteleras
Subteniente de Artillería
Antonio Lozano Herrera
No hay comentarios:
Publicar un comentario